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—Ya que estoy despierta, ¿quieres que prepare el desayuno? —preguntó Eavan.<br />

Él no contestó.<br />

—¿Glenn? —repitió—. Voy a preparar el desayuno, ¿te apetece algo en particular?<br />

Él negó con la cabeza. Estaba observando a Saffy otra vez. Estaba otra vez en su mundo.<br />

Claire también se levantó temprano. Se había despertado de golpe, con el corazón<br />

latiéndole con fuerza, sudada y con las mejillas húmedas de lágrimas, como sucedía siempre<br />

que tenía aquel sueño. Naturalmente era de Jamaica y las vacaciones en familia, y, a pesar de<br />

que cada vez la asaltaba con menos frecuencia, todavía la hacía temblar. En el sueño, ella<br />

estaba de pie, al lado de Bill, en el balcón de su habitación del hotel, ambos observaban el<br />

cielo oscuro en una noche templada. Claire podía sentir el calor del cuerpo de Bill y el firme<br />

latido de su corazón junto al de ella. Era como volver a estar con él, saber que estaba allí,<br />

sentirlo, pero sin dejar de tener conciencia de que nada de aquello era real. En el sueño,<br />

siempre sabía que no estaba con Bill de verdad. Entretanto, una premonición crecía en su<br />

interior; sabía que iba a pasar algo horrible. Pero también sabía que no podía hacer nada para<br />

detenerlo. Entonces, mientras ella seguía allí con aquella creciente sensación de temor, se<br />

producía un súbito destello y un ruido. Claire sabía que aquello era lo que la horrorizaba, pero<br />

no podía hacer nada. No se podía mover, no podía hablar, no podía gritar a pesar de que<br />

sabía que tenía que advertir a Bill, quien todavía seguía mirando el océano<br />

despreocupadamente. Después, todo se volvía negro, y sentía el peso del agua sobre ella, y<br />

oía las voces de la gente diciéndole que todo era por su culpa. Ése era el momento en que se<br />

despertaba, bañada en sudor, con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo y las mejillas<br />

húmedas de lágrimas.<br />

Normalmente, después de aquel sueño, iba a la habitación de Georgia y comprobaba que su<br />

hija estaba bien, para asegurarse de que no la había perdido también. Pero aquel día Georgia<br />

no estaba en casa y Claire tuvo que hacer un esfuerzo para no coger el teléfono y llamarla<br />

para ver cómo estaba. Lo que hizo en cambio fue bajar y entrar en la clínica de Bill. Miró las<br />

paredes, los carteles descoloridos por el sol, y se preguntó si llegaría el día en que podría<br />

olvidar.<br />

—No quiero olvidar —masculló mientras salía de la clínica y entraba en la cocina, donde<br />

Phydough le ladró con suavidad para saludarla, frotándose contra sus piernas—. Pero ¡no<br />

quiero tener nunca más ese maldito sueño!<br />

Se preparó una taza de café y vio amanecer. Entonces, a una hora más adecuada, le envió<br />

un mensaje a Georgia preguntándole si todo iba bien. La respuesta, «Por supuesto», aflojó el<br />

nudo de ansiedad que tenía en el estómago desde que se había despertado.<br />

No era capaz de quedarse delante de la pantalla del ordenador. Se sentía inquieta e<br />

irritada. Necesitaba hacer algo activo. Fue a su habitación y volvió a coger la raqueta de<br />

bádminton de la estantería del armario. No podía jugar al bádminton. Por lo menos no tan<br />

temprano y sin nadie con quien hacerlo. Y tampoco con ninguna de las personas con las que<br />

solía jugar. Tiró la raqueta sobre la cama y se sentó a su lado, con la mirada perdida en el<br />

armario.<br />

De repente, sus ojos enfocaron las prendas que colgaban de la barra y súbitamente se<br />

acordó de la Cena a Oscuras. Habían intercambiado muchos mails sobre el tema, sobre qué

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