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—No quiero hablar más de Glenn. —A Eavan se le saltaron de nuevo las lágrimas—. Tengo
que sacar el tema esta noche. Ahora que sé lo que pasa, es más sencillo. Pero ¿sabes?, la
verdadera preocupación es el dinero.
—¿El dinero? Yo pensaba que no teníais problemas.
—Renunciamos a mucho cuando yo dejé de trabajar. Supuso mucha presión para él... —
Miró a Claire con cara de aflicción—. Es mi culpa —prosiguió—, él cambió de trabajo porque
yo dejé el mío. Se metió en algo que no le gustaba de verdad. Yo soy la responsable de que lo
hiciera, porque quería la casa en Howth y porque quise quedarme a cuidar a Saffy.
—No seas tonta, Eavan.
—Es cierto. —Eavan se sonó la nariz—. Él prefería la investigación, pero yo le obligué a
pasarse a ventas. Tendría que haberlo sabido.
—No es tu culpa —insistió Claire.
—Probablemente no me lo ha contado porque debió de pensar que me pondría como loca
por la casa —continuó Eavan—, como si eso fuera a importarme. —De repente, su expresión
se endureció—. Es tan idiota.
—Todos los hombres lo son —añadió Claire—. Depende de nosotras mantenerlos en el
buen camino.
—Tendrá que conseguir un trabajo —dijo Eavan—. Estoy segura de que eso es lo que ha
estado haciendo, buscar trabajo. Sólo que todavía no debe de haber encontrado nada. Ya
sabes cómo es, Claire: cuando estás trabajando, cambiar es fácil, pero cuando no... —
Nerviosa, se retorció un mechón de pelo—. ¿Y si lo despidieron por beber?
—Deja de torturarte —le ordenó Claire—. Vete a casa, date un baño y luego habla con él
de todo esto.
Eavan asintió.
—Pero lo del baño es imposible —dijo—. Saffy ya se ocupará de que lo sea.
Claire intentó volver a trabajar después de que Eavan se marchara, pero era incapaz de
tranquilizarse. Georgia asomó la cabeza por la puerta y le dijo que iba a alquilar algo para ver
más tarde. También sugirió esperanzada que, como parte del proyecto de reformas del
estudio, Claire podía comprar un reproductor de DVD para la televisión de Georgia.
—Ya veremos —contestó su madre mientras apagaba el ordenador. Sabía que no le sería
posible seguir trabajando.
Miró por la ventana. Nate Taylor estaba atando unas plantas al fondo del jardín. Iba otra vez
sin camiseta; tenía la piel morena y curtida. Mientras Claire lo observaba, se incorporó y
comprobó la hora. A continuación, estiró los brazos sobre su cabeza, se frotó la espalda y
caminó hacia el patio. Claire ya no podía verlo, pero casi de inmediato Nate volvió al jardín y se
dejó caer bajo el manzano, con una botella de zumo en la mano. Ella se preguntó si habría
comido. No le había visto hacer ninguna pausa.
Bajó y abrió la puerta de la cocina.
—¿Tienes hambre?
Él se encogió de hombros. Claire pensó un momento y recordó los sándwiches que Georgia
había preparado aquella tarde.