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En la habitación hacía un calor insoportable incluso con las ventanas abiertas. Claire estaba<br />
desnuda tumbada en la cama de matrimonio, medio cubierta con una sábana de algodón. Un<br />
rayo de luna plateado caía sobre Phydough, que estaba acostado en el suelo, a su lado, con<br />
la lengua fuera. El perro se había subido a la cama cuando Claire finalmente se metió entre las<br />
sábanas, pero se había bajado de inmediato al sentir la agobiante temperatura.<br />
Claire tenía la vista clavada en el techo. Hacía demasiado calor para dormir. No era capaz<br />
de recordar haber tenido demasiado calor para dormir cuando Bill estaba a su lado. Por lo<br />
menos no en Irlanda. Una vez fueron de vacaciones a Mallorca, donde los termómetros<br />
alcanzaron los cuarenta y pico grados, y el minúsculo apartamento que habían alquilado se<br />
convirtió en un mini-horno. Pidieron que les conectaran el aire acondicionado, pero resultó que<br />
los aparatos no funcionaban, así que terminaron sacando las dos camas individuales al<br />
pequeño balcón cada noche, donde la brisa les permitía conciliar el sueño, aunque los<br />
mosquitos los devoraban, y cada mañana se levantaban cubiertos de picaduras. Al final, como<br />
Claire le decía a Bill, les producía más placer rascarse las picaduras el uno al otro que<br />
acostarse juntos. Eran sus segundas vacaciones juntos y habían conseguido un viaje barato de<br />
última hora. Se preguntaban cómo era posible que todo el mundo que conocían que conseguía<br />
gangas de última hora acabaran en casitas bajas, cubiertas de buganvillas, que normalmente<br />
hubieran costado un riñón, mientras que ellos habían ido a parar a un edificio altísimo, sin<br />
personalidad, sin aire acondicionado y lleno de insectos. Pero en realidad no importaba. Era lo<br />
único que se podían permitir y el verano en Irlanda había sido húmedo y frío.<br />
—Así que mejor no nos quejemos —le había dicho Bill mientras se asfixiaban una noche de<br />
calor—. En casa aún no tenemos la calefacción arreglada.<br />
Claire sintió un súbito escalofrío y se levantó de la cama. Se puso una camiseta larga de<br />
algodón. Phydough la miró y meneó la cola desde el suelo. Ella pasó por encima de él y bajó a<br />
la cocina. El corazón le latió con fuerza al abrir la puerta. Odiaba andar por la casa a oscuras,<br />
pero se obligaba a hacerlo de vez en cuando para demostrarse que no había nada<br />
espeluznante ni fantasmas que la pudieran asustar, se decía a sí misma. También se intentaba<br />
convencer de que, si la visitaba algún espíritu, sería de los buenos. Pero no acababa de<br />
creérselo. No tuvo necesidad de darle al interruptor de la cocina porque el destello plateado de<br />
la luna llena daba suficiente luz como para ver. Exhaló lentamente y soltó un grito de miedo<br />
cuando Phydough la empujó para pasar.<br />
—Lo siento —le dijo mientras el perro le aullaba—. No pretendía asustarte, como tú<br />
tampoco querías asustarme a mí.<br />
Claire se quedó mirando a Phydough, que se acercó a su plato de comida, olisqueó los<br />
restos de su pienso de cordero y clavó en ella una mirada expectante.<br />
—Cómete lo que hay ahí —le ordenó severa.<br />
Phydough volvió a aullar.<br />
—Hay que ver, comes más que Georgey y yo juntas —le dijo. Sin embargo, se acercó al<br />
armario y sacó una bolsa de pienso de ternera y verduras—. Seguro que no es bueno que<br />
comas a media noche. —Abrió la bolsa y le sirvió una ración en el plato. El perro resopló feliz<br />
mientras comía y Claire le sonrió.<br />
Ella se sirvió un vaso de agua y abrió la puerta trasera. A pesar de que eran las tres de la