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—¡Mamá, por el amor de Dios! —Los ojos de Georgia brillaban de fastidio—. Estamos
hablando de Nate. Ha estado aquí cada día durante siglos. Él es bueno. Sé que lo es.
—No importa lo bueno que parezca —dijo Claire—. No lo conoces y no sabes nada de él.
—Sé que es agradable —protestó Georgia—. Nos regaló el termómetro, ¿no? Y nunca ha
hecho nada que te haga pensar que no es agradable... Estás fastidiando porque sí, y estás
siendo mezquina. Sé que hay tíos raros y pervertidos ahí fuera, nos dieron una charla en el
colegio sobre eso el año pasado, pero sin duda Nate no es uno de ellos.
—Quizá estás reaccionando de una forma un poco exagerada, Claire —intervino Eileen
suavemente.
—Tal vez. —Claire exhaló sonoramente—. Pero aun así, estoy segura de que él tiene otras
cosas que hacer que llevarte a Tesco.
—Sólo fueron unos minutos —dijo Georgia—. Y había un dos por uno en antorchas. No
hubiera podido traer seis de la ferretería. Sabes que habría sido imposible.
Eileen miró a su hija y luego a su nieta, y después sugirió que tal vez sería mejor que ella
empezara a arreglarse y que Georgia podía ayudarla.
—Por supuesto. —La joven parecía encantada—. Puedo peinarte.
—Claro. —Eileen trató de ocultar su turbación.
—No te preocupes, te voy a convertir en una sex symbol—le aseguró su nieta—. Así
estarás fantástica cuando llegue la mujer nueva.
—Bueno...
—A mí me gustaría estarlo —dijo Georgia con decisión.
—¿Te gustaría? —preguntó Claire mirándola con curiosidad.
—¡Por supuesto! —exclamó Georgia—. Seamos sinceras, mamá, no importa lo que haya
pasado, una siempre quiere parecerle deseable a los tíos con los que ha salido.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Claire—. No sabía que tuvieras una colección de ex
novios en tu historial.
—Y no la tengo —reconoció Georgia—, pero es de sentido común, ¿no?
—Sí —asintió Eileen—. Lo es. Y estoy de acuerdo, Georgey, puedes peinarme.
—También te peinaré a ti si quieres, mamá. —Georgia miró interrogante a Claire.
—Gracias, pero me las puedo arreglar sola —dijo Claire.
—Bueno, de todas formas no te olvides de ponerte guapa —le aconsejó Georgia.
—Haré todo lo que pueda —contestó Claire secamente—. En serio.
Quince minutos antes de que los invitados comenzaran a llegar, Eileen, Claire y Georgia
estaban de pie en la cocina. Claire estaba destapando una botella de vino blanco. Sacó el
corcho con cuidado y llenó dos copas, y una tercera hasta la mitad, que le pasó a Georgia.
—Nada de robar bebidas cuando crees que no estoy mirando —le advirtió.
—No eres nada divertida. —Pero los ojos de Georgia brillaban.
—¡Salud! —Eileen levantó su copa, y Claire y Georgia brindaron con las suyas.
—¡Por la fiesta de las Nelligan! —dijo la chica—, y, abuela, aun que esté elogiando mi