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—Estamos a punto de cenar —contestó Eavan.
Claire notó la tensión en su voz.
—No es nada urgente —dijo rápidamente—. Llámame luego.
Eavan colgó el teléfono mientras Glenn sacaba la lasaña y el pan de ajo del horno. La parte
de arriba de la lasaña estaba un poco quemada. Glenn la sirvió en los platos y colocó el pan en
una cesta grande.
—¿Quieres que comamos aquí? —preguntó él.
—Sí, por mí está bien.
—¡Saffy! —llamó Glenn en voz alta—. ¿Vas comer un poco de lasaña con nosotros?
—¿No ha cenado ya? —Eavan deseó no haber abierto la boca. La cara de él estaba rígida.
—Sí —contestó—, pero me ha dicho que quería un poco de lasaña.
Saffy apareció por la cocina y trepó hasta la mesa.
—Sin queso de ese negro —le dijo a Glenn.
Él le sirvió un poco de carne y salsa en su plato de Winnie-the-Pooh y se lo puso delante.
—Está caliente —le advirtió Eavan—. Sopla fuerte antes de comértelo.
—Ya lo sé —Saffy la miró ofendida—. No soy un bebé.
—Mamá cree que los dos somos bebés —deslizó Glenn mientras ponía en la mesa otros
dos platos humeantes.
—No, yo no lo soy.
—Cree que no nos las podemos arreglar sin ella.
—Sí podemos.
—Ella cree que es la única que lo sabe todo.
Eavan se metió un tenedor de lasaña caliente en la boca y se le humedecieron los ojos.
—¿Vino? —preguntó Glenn.
—Gracias. —Se secó los ojos con la servilleta mientras él le llenaba la copa.
—¿Mañana podemos ver barcos otra vez? —le preguntó Saffy a Glenn.
—Mañana no podemos ir —contestó Eavan—. Papá y yo vamos a ir a ver a la tía Claire.
Saffy frunció la boca.
—Tu madre nos organizará el día —dijo Glenn—. Estoy seguro de que lo tiene todo
planeado para nosotros, Saffy.
—¡Por el amor de Dios! —Eavan dejó el tenedor—. ¡Dame un respiro!
—¿De qué estás hablando? —Él la miró con frialdad.
—Yo no te organizo. No te quiero organizar el día.
—Pero es fin de semana —observó él—. Estás de vuelta en casa, estás otra vez al mando.
Mañana haremos lo que tú quieras, iremos a casa de Claire. Y también haremos lo que tú
quieras el domingo.
—Es lo que nosotros queremos, no lo quejo quiero.
—Pero ahora tú eres la que gana el pan —insistió Glenn—. Tú eres la que tiene más
derecho a decidir.
—Y tú estás siendo increíblemente estúpido. —Eavan apartó la silla de la mesa y salió de la