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a quedarse un par de horas con Rachel mientras su madre, Ruth, iba a la peluquería. Ruth<br />

normalmente le devolvía los favores.<br />

«No hay nada mejor que esto —pensó Eavan mientras tomaba un sorbo de su copa. Cerró<br />

los ojos y se regodeó en su momento de placer y satisfacción por tener una casa perfecta y un<br />

marido perfecto—. No es malo que me sienta satisfecha —se dijo a sí misma sintiéndose<br />

culpable, cuando volvió a abrir los ojos—. Hemos trabajado duro. Glenn sigue trabajando duro.<br />

Tenemos derecho a las cosas buenas.»<br />

Y lo eran. Miró posesivamente a su alrededor, su césped perfectamente cortado y sus<br />

abetos cuidados con tanto esmero; también se fijó en el resplandor de color de sus parterres<br />

de flores amarillas, azules y rojo intenso. Entonces se mordió el labio al posar la vista en el<br />

hermoso arbusto de malvas de flores rosadas. Era un regalo que le había hecho Bill Hudson<br />

años atrás. «Pobre Claire —pensó con tristeza—. Entiendo que no quiera venir más a menudo.<br />

Los cuatro solíamos pasarlo tan bien juntos. Ver ese arbusto probablemente también le<br />

recuerde a Bill. Nunca lo había pensado.»<br />

Miró la hora y frunció el cejo. Casi las cuatro. Glenn llegaba tarde. Había tenido que ir a la<br />

oficina ese día porque había una reunión de personal realmente importante. A Eavan no le<br />

hacía ninguna gracia que trabajara en sábado, pero sucedía a menudo. Lo de las treinta y<br />

cinco horas semanales era una cosa del pasado, sobre todo en el sector de Glenn. No<br />

obstante, le había prometido que estaría de vuelta a las tres. Con frecuencia llegaba tarde a<br />

casa, pero en general la llamaba para avisarla primero. Era una de sus reglas de convivencia.<br />

Mantenerse informados mutuamente todo el tiempo. No permitir que la preocupación y la<br />

sospecha encontraran lugar en su matrimonio. Habían convenido que no se trataba de saber<br />

dónde estaba el otro cada segundo del día, pero sí informar de los cambios de las rutinas.<br />

Cuando los dos trabajaban no era tan importante, pero desde que Eavan había dejado el<br />

trabajo para quedarse en casa, ella se preocupaba más. A Eavan no le agradaba la idea de<br />

que Glenn estuviera manteniendo su antiguo estilo de vida mientras que el suyo había<br />

cambiado. Y aunque no podía ser más feliz con el cambio, era consciente de que en los<br />

entornos laborales todavía había la idea general de que las madres que se quedaban en casa<br />

no contribuían tanto como la gente que trabajaba como animales al bien colectivo. De boquilla<br />

decían que apoyaban el trabajo de las mujeres que se dedicaban al hogar, pero no se lo<br />

acababan de creer. Ni siquiera ella misma antes de hacer el cambio.<br />

Volvió a consultar su reloj. Probablemente la reunión se había alargado un poco. Ella<br />

también había asistido a ese tipo de reuniones en las que, cuando pensabas que ya estaba<br />

todo, alguien salía con una pregunta estúpida y todo volvía a empezar otra vez. Y además<br />

había que sumar el tráfico. La oficina de Glenn estaba en Blanchardstown, una zona de<br />

circulación notoriamente densa, sobre todo en sábado, cuando todo el mundo iba al enorme<br />

centro comercial. De todos modos, Glenn solía llamar cuando estaba atrapado en un atasco.<br />

«No soy su guardiana», se dijo firmemente. Pero sabía que estaría pendiente de su retraso<br />

hasta que llegara a casa. Y se preocuparía, un poco, hasta que no oyera el coche entrar en el<br />

garaje.<br />

Se preguntó si Glenn alguna vez se preocupaba respecto a ella. Naturalmente, no había<br />

necesidad. Su vida estaba tan atada a la de Saffy que no podía hacer nada que le preocupara.<br />

Volvió a fruncir el cejo y se mordió el labio. Siempre que se preocupaba por Glenn, y tenía que<br />

reconocer que eran pocas veces, era porque temía que hubiera caído en la tentación de<br />

aceptar una bebida alcohólica y que eso hundiera sus vidas.

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