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—¿De verdad eres tú, Claire Hudson?
—Sí —confirmó.
—Cuando he visto tu nombre en la pantalla no me lo podía creer. —Su voz sonaba alegre—.
¿Cómo demonios estás?
Claire sonrió.
—Bien, ¿y tú?
—Bien, disfrutando el verano.
—Imagino que uno especialmente largo para ti, teniendo en cuenta que acabas de volver de
Oz —dijo Claire.
—¡Es increíble! —exclamó él—. Hace semanas que no he visto llover. Y tampoco creas que
me apetece que cambie pronto.
—¿Lo has pasado bien? —preguntó.
—De maravilla.
—¿Y qué tal estar de vuelta?
Paul se echó a reír.
—La voy llevando más o menos. Me alegro de volver a oírte, Claire.
—Gracias —replicó ella—. Me preguntaba, si, bueno, si te apetecería quedar.
Paul se quedó callado un momento y Claire sintió de repente que la atravesaba otra vez la
puñalada del rechazo. «Tú también no —pensó—. ¡Dependía de ti!»
—Me encantaría quedar —dijo finalmente—. Te eché de menos cuando quedamos todos el
otro día.
—Lo sé. Iba a ir y al final no fui. Eavan se enfadó conmigo —explicó Claire.
—No era en serio —la tranquilizó Paul.
—Yo diría que sí —insistió Claire—, pero no importa. Así, ¿te apetece quedar?
—Me encantaría —repitió él—. ¿Dónde?
Esa vez fue Claire la que se quedó callada.
—¿Claire?
—No se me ocurre dónde —dijo por fin—. Hace tiempo que no salgo y...
—Estoy viviendo al otro lado de la ciudad, así que, ¿qué te parece si quedamos en el
centro? —propuso Paul—. Por ejemplo en el Thomas Read’s, enfrente del castillo.
—No lo conozco —comentó Claire.
—Es agradable —dijo él—. Si vamos pronto no estará demasiado lleno.
—¿Quedamos mañana? —preguntó ella—. O algún día de esta semana, como quieras.
—Mañana no puedo —contestó Paul apesadumbrado—. He quedado para cenar con unos
amigos. ¿Qué te parece el jueves?
—Vale.
—Estupendo —exclamó él—. Nos vemos allí pues, ¿sobre las siete y media?
—Vale —repitió Claire.
Después de despedirse de Paul, hizo un gesto de triunfo con el móvil en la mano. Lo había
hecho. Tenía una cita con un hombre. Vale, se trataba de Paul, y bueno, eso no iba a conducir