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perspectiva de que me vayan a traer ya mis cosas. Pero espero que vengáis muy pronto a<br />

verme.<br />

—Por supuesto —contestó Claire.<br />

El móvil de Georgia sonó y Claire se sobresaltó.<br />

—Es Robs —le dijo Georgia—. ¿Puedo ir a su casa un rato?<br />

—Claro —respondió Claire—. Pero no regreses tarde.<br />

La verdad, pensó cuando Eileen y Georgia se hubieron ido, era agradable volver a estar<br />

sola en casa. Se quedó de pie en la cocina gozando del silencio. Parecía que hubiesen pasado<br />

siglos desde que la casa había estado así de tranquila. Phydough salió de su cesta y le ladró.<br />

Ella abrió un paquete de comida para perros y le llenó el plato.<br />

—Ahora iré a trabajar un poco —le dijo—. Me he retrasado muchísimo, porque ha sido<br />

imposible hacer algo con mamá aquí. Nunca pensé que llegaría el día en que tendría ganas de<br />

encerrarme en el despacho con el ordenador, pero ahora tengo la sensación de que me<br />

apetece.<br />

Phydough la ignoró y siguió con la cabeza metida en su plato.<br />

Se acababa de sentar a su mesa y de conectar el ordenador cuando sonó el teléfono.<br />

—Hola —saludó Nate con naturalidad—. Perdona que no te haya llamado antes.<br />

Ella clavó la mirada en la pantalla del ordenador.<br />

—Claro —contestó ella—, por supuesto.<br />

—He estado liado con unas cuantas cosas.<br />

—Está bien. —Hizo clic sobre un documento de Word y delante de ella se abrió un tratado<br />

incomprensible sobre retrovirus.<br />

—Me preguntaba si te gustaría salir conmigo el próximo martes.<br />

—Yo... en realidad... no estoy segura.<br />

—Me han invitado a la inauguración de una exposición —le contó él—. Una amiga mía dirige<br />

la galería y en una ocasión conocí al artista. Parece un tipo agradable. Los cuadros son de<br />

jardines. Verónica dice que son realmente preciosos.<br />

—Bueno...<br />

—No llegarás tarde a casa—la tranquilizó Nate—. La exposición empieza a las seis y media.<br />

Estaremos allí como mucho una hora. Después podemos picar algo. O no.<br />

—¿Cómo... dónde es? —preguntó. «No voy a ir —se dijo a sí misma—. Digamos que voy y<br />

nos llevamos bien, entonces ¿qué? ¿Volver a salir? ¿Tener una relación? ¿Decirnos cosas que<br />

realmente no creemos sólo porque no me he acostado con nadie en siglos y quizá él tampoco?<br />

¿O empezar a gustarnos, pero no lo bastante y entonces comenzar a hacernos infelices? ¿O<br />

que él me guste más a mí de lo que yo le gusto a él, y que yo sea la única infeliz? No quiero<br />

nada de eso. No quiero nada de eso en absoluto.»<br />

—Glasthule —contestó él en seguida—. Es una zona preciosa, cerca de la estación.<br />

Podemos coger el tren si quieres.<br />

Cerró el documento de Word sin haber hecho nada. Todo había sido tan distinto cuando sus<br />

pensamientos sobre él eran fantasías inalcanzables. Eran placenteras, aunque le producían<br />

culpabilidad porque creía que él estaba casado. Aquello era completamente diferente.<br />

—De verdad creo que te puede gustar —insistió él—. Y a mí me encantaría llevar a alguien

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