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—Eres tan tonta.
Pero de todos modos le dio un beso en los labios mientras Georgia trataba de hacer como
que no los conocía.
El hotel, próximo a la bahía de Montego, era absolutamente maravilloso. A pesar de que
tenía casi doscientas habitaciones y estaba prácticamente lleno cuando llegaron, gracias a los
enormes jardines y a la larguísima playa privada, nunca parecía demasiado concurrido. Bill,
Claire y Georgia pasaron los días tomando el sol, practicando windsurf y buceando. Por las
noches, se ponían las botas con el menú de pollo a la jamaicana, un pescado local llamado
peto y langosta, mientras bebían alegremente (en el caso de Bill, y un poco menos en el de
Claire) una variedad de exóticos y coloridos cócteles. Georgia también disfrutaba de ponches
de brillantes frutas aderezados con cerezas en almíbar y trozos de piña. Bill les dijo que
aquello era comida sana. Claire, que había ganado por lo menos cinco kilos durante esa
semana, lo había mirado incrédula, arqueando las cejas.
—Por supuesto que es saludable —insistió—. Comida recién hecha, fruta fresca y toneladas
de vitamina D del sol. ¿Qué puede ser más sano?
—Planteado así... —le dio la razón Claire arrimándose a él.
—Tendríamos que irnos de vacaciones más a menudo —dijo Bill—. Es mi culpa, Claire. He
estado tan absorbido por la clínica intentando que ésta saliera adelante, que no os he
dedicado tiempo suficiente ni a Georgia ni a ti.
—Nos dedicas mucho tiempo —lo contradijo Claire—. Siempre estás ahí para nosotras.
—No —protestó él—. Estoy ahí porque la clínica está en casa, pero no es lo mismo. No es
que vaya a reducir drásticamente el horario de la clínica ni nada de eso, pero necesito
equilibrar mejor mi vida.
Y la tuya. Y la de Georgia.
—Ella no se negará a verte más —reconoció Claire—. Y supongo que también yo sería feliz
si te viera más fuera de nuestra relación laboral.
—Bueno, pues me verás más —aseguró Bill con firmeza—. Este viaje me ha abierto los
ojos, Claire. El trabajo no lo es todo.
—Me alegra que pienses así. —Lo besó delicadamente en la oreja—. Porque me parece
que, de todas formas, el equilibrio del hogar va a cambiar un poco.
—¿Eh?
Él la miró.
—¡Y luego dices que eres médico! —sonrió ella—. ¿Por qué crees que he estado tan
moderada con los cócteles?
—¡Claire! —Él cayó de repente en la cuenta—. ¡Estás embarazada!
—¡Exacto, doctor Hudson! —confirmó, y se echó a reír.
—¡Es fantástico! —exclamó Bill—. ¡Es absolutamente maravilloso! Georgia estará
encantada.
—Espero que sí. —Claire parecía un poco preocupada—. Ha sido hija única tanto tiempo...
—Eso también es culpa mía —reflexionó Bill—. Sé que dijimos que esperaríamos antes de
tener otro hijo, pero no pretendía que fuera tanto.
—Me parece que no es tu culpa que no me quedara embarazada justo después de dejar de