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Cogió el teléfono y marcó el número de móvil de Glenn.
—¿Sí? —contestó éste.
—¿Te interrumpo?
—No, la verdad es que no.
Eavan frunció el cejo.
—¿Dónde estás? Suena como si estuvieras en medio de la calle o algo así.
—Estoy camino de una reunión —contestó Glenn.
Eavan asintió y le preguntó por las llaves del cobertizo.
—No me puedo creer que me llames para preguntarme eso —respondió Glenn tenso—. Las
llaves están donde deberían.
—No las encuentro.
—Oye, tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo hablando contigo
sobre las llaves —dijo Glenn bruscamente.
Eavan agarró con fuerza el teléfono. Glenn nunca le levantaba la voz. Normalmente, si
discutían, era incluso demasiado amable, siempre manteniendo la compostura cuando ella
empezaba a perderla. Eavan no estaba acostumbrada a que él fuera desagradable.
—Sólo preguntaba —protestó.
—¿Por qué no buscas bien primero?
—He buscado bien. Lo he vaciado todo.
—Entonces las habrás cogido antes. Yo no te puedo ayudar. Estoy ocupado.
Eavan se quedó mirando el teléfono. Le había colgado, ¡así sin más! Se sintió tentada de
volver a llamarle y decirle cuatro cosas, pero se refrenó. Últimamente Glenn estaba bajo
mucha presión, lo sabía. Todo ese asunto de ampliar el mercado estaba absorbiendo todo su
tiempo y energía. Pero no tenía por qué tomarla con ella. Quizá por esa vez podía pasárselo.
Colgó el teléfono y volvió a la cocina. Si lo pensaba con calma seguro que terminaría por
recordar dónde estaban las llaves.
Glenn se detuvo en el cruce de la calle Trinity con Dame y se enjugó las perlas de sudor que
habían aparecido en su frente. No le gustaba que Eavan le llamara durante el día sin más para
preguntar cosas estúpidas creyendo que eran importantes. Por otra parte, no podía evitarlo,
antes o después ella se iba a enterar. Pero todavía no era capaz de decírselo. Tampoco
estaba seguro de cuándo lo aceptaría él mismo. Y no sabía cómo esperaría Eavan que él lo
arreglara una vez fuera capaz de afrontarlo.