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con una etiqueta pegada y algo escrito en ella con la caligrafía ilegible de médico de Bill
Hudson. Echó un vistazo y vio las luces. Dio un grito de triunfo y las sacó de la bolsa, después
apagó la bombilla del desván y bajó a toda velocidad.
Phydough se estaba volviendo loco por la competencia de los olores a hamburguesa,
salchichas y pollo. También estaba nervioso porque en la casa había una actividad frenética y
las cosas no eran como siempre, algo que no le gustaba. Se echó debajo de la mesa de la
cocina, mirando esperanzado la nevera cada vez que Claire, Georgia o Eileen pasaban. Pero
la nevera seguía cerrada, y todas habían salido al jardín con la bolsa que Georgia había
bajado del desván. Suspiró profundamente y las siguió.
—La gente no llegará lo bastante tarde como para que las luces se vean —observó Claire
mientras extendía las luces sobre el césped y las miraba.
—Claro que se verán —la contradijo Georgia—. La gente no empezará a llegar hasta la
cinco, por Dios.
—Sí, y probablemente se habrán ido todos a las nueve.
—A esa hora ya está bastante oscuro —dijo Eileen—. A mí me gusta la idea de las luces,
Claire.
—Ya sé, ya sé. Vosotras dos no hacéis otra cosa que poneros en contra de mí. —Claire
ajustó los tornillos del conector que estaba comprobando antes de enchufarlo en el jardín. La
cadena de luces se encendió de inmediato y Georgia aplaudió encantada.
—Parecerá una gruta de hadas.
Claire parecía escéptica.
—¿Dónde las pongo?
—¿Dónde las puso papá? —preguntó Georgia.
—En aquella época había un par de arbustos pequeños en la pared lateral —recordó Claire
—, pero los arrancó.
—¿Qué os parece en el primer manzano? —propuso Eileen—. ¿Llegarán?
—Seguro que sí —dijo Georgia—. El cable es larguísimo. ¿Las pongo allí, mamá?
—Como quieras.
Claire y Eileen observaron a Georgia trepar al árbol llevando las luces. Claire intentó no
parecer nerviosa mientras su hija se colgaba de las ramas sin ninguna consideración por su
seguridad o las leyes de la gravedad, a la vez que enrollaba el cable entre las hojas.
—Prueba ahora —gritó cuando hubo terminado.
Era difícil ver las débiles luces con la claridad del sol, pero todas estuvieron de acuerdo en
que quedaría precioso a última hora de la tarde.
—Eso si no hacen saltar los fusibles de toda la casa —dijo Claire—. Estoy segura de que
deben de tener alguna fecha de caducidad.
—Sí, pero no las has usado casi nunca —comentó Georgia—, así que seguramente están
como si fueran nuevas.
—Lo que hubiera sido una buena idea son esas antorchas que espantan los mosquitos. —
Eileen apartó una mosca que se había posado en su brazo—. Ya sabes cómo se pone esto de