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—Bueno, yo le ofrecí el sándwich, cariño. Así que si alguien ha estado a punto de matarlo,
soy yo.
—¡Casi lo matamos! —Georgia tenía los ojos abiertos como platos, y había comenzado a
recuperar el color—. Dios, mamá, podríamos haber sido acusadas de asesinato.
—Vale, vale, ahora estás siendo ridícula —la cortó Claire—, pero sí es verdad que me sentí
muy culpable al ver lo que había pasado.
Y cuando me di cuenta de que estaba entrando en shock...
—¿Tenía una de esas inyecciones? —preguntó Georgia—. Si es alérgico a los frutos secos,
llevará una a todas partes, ¿no?
—No —explicó Claire—. Aquí es donde hemos tenido suerte. Cogí una del botiquín. ¿Te
acuerdas de que tu padre siempre tenía alguna? Había media docena, tres para adultos y tres
para niños.
Georgia asintió.
—¿Se hubiera muerto?
—No lo creo —dijo Claire—. No es la peor reacción que he visto, pero es mejor prevenir que
curar, ¿no crees?
—Pero puede que le hayas salvado la vida.
—Hace un segundo era una asesina.
—Mejor que hayas sido una salvadora, creo —reflexionó Georgia, y sonrió a Claire—. Papá
se habría quedado impresionado.
—¿Tú crees?
—Seguro.
—Te voy a confesar una cosa, Georgey, yo misma me he quedado impresionada.
Georgia se rió.
—¿Crees que terminará el trabajo del jardín? ¿O tendrá miedo de volver?
—Espero que vuelva. —Claire miró por la ventana—. El jardín está mucho mejor.
Georgia asintió. Sonó su teléfono y se lo sacó del bolsillo. Claire se sintió aliviada al ver que
había recuperado lo bastante la compostura como para sonreír antes de enviar un mensaje de
respuesta.