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el siglo sovietico

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que recurría a un método laborioso, refinado hasta el último detalle, para

dirigir y controlar todo el edificio. El objetivo no era únicamente garantizar su

buen funcionamiento, sino también evitar que el entorno o cualquier

funcionario acumularan demasiado poder o autoridad, lo que consiguió

dividiendo las grandes instituciones del Estado y vaciándolas de contenido.

Esta forma de gobierno, totalmente opuesta a lo que se esperaba en aquellas

circunstancias, creó una situación de saturación, a la que la capital respondió

con medidas de emergencia.

Como si de un gobierno pragmático se tratara, el propio Stalin, el

Politburó, el Orgburó y la Secretaría se ocupaban de cuestiones locales

insignificantes, lo que equivalía, ni más ni menos, a un intento de gestionar a

pequeña escala un continente desde el centro de poder situado en Moscú.

Para apreciar el esfuerzo que dedicaban los líderes y sus equipos a esta

gestión de grupos sociales, instituciones, gente y bienes materiales, nos basta

con fijarnos en las minutas de las dos principales agencias del Comité

Central: el Orgburó y la Secretaría. Las agendas de los dos organismos, donde

se preparaban los materiales para las reuniones del Politburó, son una lluvia

de ideas, tan aleatorias como la cantidad de puntos y de documentos que

estudiaban. Sin embargo, no hay mejor ilustración de qué significaba en la

práctica esta gestión a pequeña escala que los numerosos telegramas de Stalin

(firmados por él) al Partido o a las agencias estatales situadas en el otro

extremo del país, y en los que ordenaba que enviaran a una cantera los clavos

que les urgían, que construyeran una línea de ferrocarril interior en una acería

o que consiguieran alambradas, un producto difícil de encontrar por esas

fechas. Conviene añadir que todos estos mensajes revestían la forma de

ultimátum.

La Secretaría y el Orgburó actuaban siempre del mismo modo, y se

ocupaban minuciosamente de todo tipo de problemas. La labor que hacían era

impresionante, especialmente el empeño que ponían en formar o reciclar a los

obreros, los especialistas y los cuadros en todo tipo de profesiones, en crear

cursos, escuelas y academias, o en recopilar listas de estudiantes y de

profesores. Se trataba de proporcionar al Estado los cuadros necesarios y de

sustituir un grupo de especialistas por otro, por escasos que éstos fueran.

En resumen: lo aquí expuesto es el funcionamiento de un Estado

altamente centralizado, que asumía una cantidad de tareas a menudo

inviables. Como consecuencia de ello, el sistema sufría de una

«hipercentralización», únicamente remediable delegando en las capas

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