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el siglo sovietico

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si el castigo habría sido peor diez años atrás?». Pero los historiadores no

pueden pasar por alto lo que habían soportado los condenados, y sus familias,

diez años atrás.

La policía secreta, que hasta entonces había trabajado en la impunidad

más absoluta, actuando sin control, deteniendo, torturando, encarcelando y

ejecutando a su antojo, pasó a ser un cuerpo supervisado: el KGB ya no tenía

potestad para encarcelar y dictar sentencias, y sus pesquisas estaban sujetas a

la supervisión de diferentes órganos de la Oficina del Fiscal, creados a este

respecto. El fiscal general trabajaba desde el corazón mismo de un sistema

dictatorial que, en tiempos de Stalin, se había cargado a una cifra considerable

de fiscales «entrometidos». Desde marzo de 1953 hasta 1991, el

Departamento de la Oficina del Fiscal encargado de supervisar las

investigaciones del KGB debía ser informado de todos los casos que iniciara

la policía secreta para poder abrir así su propio expediente. Asimismo podía

reexaminar un caso si los condenados o sus familiares presentaban una

apelación. Podía devolver el caso a los tribunales (hay más de un ejemplo de

reducción de condena) o poner en marcha un proceso para rehabilitar al

condenado o corregir la sentencia, basándose para ello en un artículo del

código penal diferente al que se había citado en el juicio inicial [12] .

Estos hechos y tendencias, como tantos otros factores, pueden verse

sujetos a dos tipos de comparaciones, lo que nos obligará a ver cada

fenómeno con una luz distinta. En primer lugar, podemos comparar la Unión

Soviética con otros países. En este sentido, la incapacidad del régimen para

aceptar la creciente diferenciación política de la sociedad y el miedo y la

negación de las opiniones divergentes, un derecho básico en una sociedad

moderna civilizada, demuestran la inferioridad de un sistema que había dado

con mecanismos para tolerar o profesar más de un punto de vista, aunque

fueran por lo general de un cariz más bien conservador. La Unión Soviética

pagó por ello un elevado precio político en el concierto internacional. Puede

ser toda una revelación para algunos descubrir que no sólo los intelectuales

soviéticos estaban preocupados por esto, sino que también había gente en las

filas del KGB que compartía esta opinión.

Así, no debe de sorprendernos que las autoridades soviéticas recurrieran a

una política de «acción-reacción», introduciendo o recuperando toda una serie

de leyes específicamente diseñadas para responder a los críticos que, explícita

o implícitamente, se alineaban con el bloque occidental. En lo que se refiere a

la «inferioridad» del sistema, su cariz dictatorial, las leyes contra los

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