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el siglo sovietico

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monarquía para evitar una revolución. No obstante, a partir de mayo se

«retiraron», en palabras de Miliukov, declinando cualquier responsabilidad

como partido frente a la evolución de los acontecimientos y simpatizaron con

el general Kornilov cuando éste intentó dar un golpe de Estado contra el

gobierno de Kerenski. Anhelaban un gobierno fuerte capaz de controlar el

caos que amenazaba con invadir el país. Miliukov hizo hincapié en que la

suya no iba a ser una dictadura militar, pero propuso a Kornilov ocupar el

lugar de Kerenski, a quien no consideraba capacitado. Así, los cadetes

confiaron en que el general monárquico restauraría el orden e instauraría una

república democrática cuando lo permitieran las circunstancias. El punto

clave radica en que los liberales, al menos los que compartían las ideas de

Miliukov, creían que se necesitaba mano dura, pero, por supuesto, no por

parte de la izquierda, así que cooperaron con el gobierno provisional de

manera tibia, no como partido, sino como sujetos que aceptaban carteras

ministeriales como una manera de oponerse a la izquierda, ligada a los

soviets. Estos últimos representaban la única fuerza con la que podía contar el

gobierno provisional. No obstante, dado que buscaban el apoyo de los

cadetes, los partidos democráticos de izquierdas tenían que pagar con su

participación en el gobierno y su posterior renuncia a apoyar a los soviets;

tales eran las contradicciones en las que, dadas su posición política e

ideológica, se encontraban, por un lado, los cadetes y, por otro, los líderes de

los soviets. Estos asuntos deben tratarse más pormenorizadamente, dado que

nos ayudarán a entender todos los acontecimientos que tuvieron lugar en los

diez primeros meses de 1917.

Las opiniones y opciones políticas de Miliukov y sus seguidores entre los

cadetes son profundamente esclarecedoras. El aspecto más duramente

criticado de la revolución leninista —su programa para un régimen dictatorial

de partido único— nacía del sentimiento de lo que era posible e inevitable que

compartieran otras fuerzas políticas en la arena pública. No es pues ninguna

revelación señalar que los blancos, principalmente monárquicos, aspiraban a

instaurar una dictadura militar que había de reinstaurar la autocracia.

Detestaban instituciones como la Duma, incluso la que existía en tiempos del

zar, que tenía un papel meramente ornamental. Y no hay duda de que no veían

con buenos ojos el partido de Miliukov, ni siquiera cuando, en respuesta a sus

ataques, Miliukov insistió en que había hecho todo lo posible para salvar el

zarismo (no era responsabilidad suya que el sistema no tuviera salvación).

Pero, aunque partidarios de la monarquía constitucional, los cadetes —el

partido liberal— consideraban que Rusia aún no estaba preparada para tal

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