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el siglo sovietico

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sucedían o se avecinaban. Otro ejemplo puede clarificar aún más la

importancia del contexto: la crisis económica de los años treinta es

fundamental para entender el prestigio que la Rusia soviética tenía a

ojos de muchos, y fue de gran ayuda a la hora de legitimar el

estalinismo; del mismo modo, la segunda guerra mundial cubrió el

genocidio estalinista, en un momento en que el régimen y su propio

poder empezaban a resentirse de sus males internos.

Estas consideraciones implican que el lector debe saber que el trasfondo

histórico y el contexto, el doméstico y el internacional, pueden desempeñar un

papel de primer orden en los argumentos que presentaremos más adelante.

No obstante, aún no hemos acabado con el repaso a los obstáculos que

entraña el conocimiento real de la URSS. También debemos prestar atención

a aquellas preconcepciones más polémicas que usan y abusan de la noción de

estalinismo.

Me refiero a la tendencia a «demonizar» a Stalin cargando sobre sus

espaldas, y sobre las de su régimen, un número de víctimas desproporcionado

y ridículo e imposible de verificar, y en el que se mezclan las víctimas del

terror con las decisiones políticas y económicas. ¿Qué hacer sino sacudir la

cabeza de incredulidad al saber, por ejemplo, que entre las pérdidas humanas

que se atribuyen a sus crímenes se cuentan asimismo las pérdidas

demográficas donde se incluyen las estimaciones de criaturas nonatas? ¿Qué

necesidad hay de dicho cálculo? ¿Quién lo considera necesario? Los

especialistas, especialmente cuando aún no tenían acceso a los archivos,

tuvieron que empeñarse con encono para desinflar estas cifras y otros juegos

de manos aritméticos. Sin embargo, su trabajo ha llegado a buen puerto, y hoy

podemos estudiar a Stalin y el estalinismo tal y como eran. Nos quedan aún

no pocos horrores para condenar lo condenable, pero también disponemos de

los hilos que nos permitirán desmadejar un drama que, después de unos años

en el primer plano, dejó paso a un nuevo capítulo con la muerte del dictador.

El propio terror sufrió algunos cambios. Y en historia es fundamental

diferenciar hoy los períodos entre sí. La tendencia a perpetuar el

«estalinismo» remontando su inicio hasta 1917 y alargándolo hasta el final de

la Unión Soviética es uno más de esos «usos y abusos» de la historia.

En este sentido, conviene mencionar la Historikerstreit («la polémica de

los historiadores»), en la que se embarcaron los historiadores conservadores

alemanes. En su afán por justificar el papel de los exponentes de la derecha

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