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el siglo sovietico

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aumentó en 29,6 millones de habitantes: 18,5 millones eran nuevos urbanitas,

5,3 millones eran fruto del crecimiento natural (nacimientos, enlaces y demás)

y 5,8 millones habían ido a parar a las urbes a raíz de decisiones que

ascendían a la categoría de «ciudades» a grandes asentamientos rurales. En

1939, el 62 por 100 de los nuevos habitantes de las ciudades procedía del

mundo rural: el crecimiento endógeno de la población en las ciudades y en los

«asentamientos urbanos» era, tan sólo, del 17,8 por 100, y el 19,5 por 100

restante de poblaciones adoptó ese estatus por decreto administrativo,

convirtiendo de ese modo a 5,8 millones de campesinos en urbanitas sin

necesidad de que emigraran.

Todo este proceso no se limitó a las 640 ciudades heredadas de la Rusia

zarista. En el espacio de trece años se crearon, aproximadamente, 450 nuevas

ciudades. Setenta y una tenían una población de entre 100.000 y 500.000

habitantes —en 1926, sólo había veintiocho ciudades de estas dimensiones—,

mientras que ocho superaban el medio millón, por tres en 1926. Asimismo, si

en el período de 1897 a 1926 las ciudades que crecían a una mayor velocidad

eran las más grandes (por encima de 100.000 habitantes), entre 1926 y 1939,

como consecuencia de la industrialización, se desarrollaron las ciudades de

tamaño mediano (entre 50.000 y 100.000 habitantes). Muchas zonas urbanas

surgieron de la nada, es decir, alrededor de una zona industrial de nueva

construcción. En 1926, el 17,4 por 100 de la población era urbana. Trece años

más tarde, el porcentaje había subido hasta el 32,9 por 100 [10] .

Aun así, ni la cifra del crecimiento anual medio, ni el total de 30 millones

de nuevos habitantes de las urbes recogen totalmente la intensidad de la

agitación que desencadenó la expansión urbana. Los 18,5 millones de

campesinos emigrados no se limitaron a llegar y a quedarse. Esta cifra, ya de

por sí extraordinaria, es el resultado de unos flujos de población que se

movían en sentidos opuestos. Por un lado, millones de campesinos intentaron

establecerse en las ciudades o, como sucedía con los campesinos más ricos,

buscaban escabullirse de la persecución; por otro lado, grandes grupos de

personas abandonaban, a toda velocidad en algunos casos, las zonas urbanas.

La vorágine humana era sensacional.

Como se podrá imaginar, el país apenas estaba listo para enfrentarse a

unos movimientos migratorios de semejantes dimensiones. Como

consecuencia de las malas cosechas y de las crisis de abastos de grano, las

condiciones de vida habían empeorado, como se advierte al observar el

terrible problema de la vivienda. La gente encontraba cobijo en barracas o en

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