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el siglo sovietico

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suficiente para seleccionar a sus representantes; siguieron las negociaciones

sobre la composición del Presidium. Avksentev narra el proceso con todo

detalle hasta llegar, finalmente, a la solemne reunión del gobierno provisional

del 7 de octubre a las 3 de la tarde en el Palacio Marinski, en el mismo salón

donde el zar convocaba al Consejo del Gran Estado. El salón estaba lleno; el

cuerpo diplomático estaba presente en sus logias; Kerenski, que abrió la

sesión, fue recibido entre aplausos. Avksentev continúa: «no se percibía

ninguna convicción real de que se estuviera gestando algo nuevo… Se había

creado una institución unitaria para los demócratas y la burguesía, pero

carecía de unidad… y las contradicciones seguían siendo enormes». Estaban

más preocupados por las palabras que por los hechos: la izquierda insistía en

la paz y en la cuestión agraria, puntos que los cadetes no podían aceptar.

Avksentev estaba de acuerdo con estos últimos e intentó convencer a los

mencheviques para que eliminaran los puntos controvertidos del documento

final que se tenía que adoptar. Según Avksentev, fueron los soviets —dicho de

otro modo, los líderes mencheviques y los socialistas revolucionarios— los

que, en el momento clave, demostraron su incapacidad y no apoyaron al

gobierno.

Avksentev acusaba a la «izquierda democrática de inflexibilidad

programática». De hecho, carecían de un programa político independiente que

reflejara su fuerza del momento. Sus representantes depositaban todas sus

esperanzas en los cadetes y en los constituyentes burgueses, mientras que los

cadetes sólo tenían ojos para los monárquicos. Al igual que los socialistas

revolucionarios, los mencheviques estaban divididos, y ninguno de los grupos

aportaba nada claro ni aceptaba nada que llegara de las otras fuerzas. Cuando

Martov promovió un gobierno únicamente socialista basado en los soviets, al

menos su posición tuvo el mérito de ser clara, pero sólo contaba con una

pequeña minoría de su grupo.

Como todos decían a los bolcheviques, el socialismo no era posible. Los

mencheviques y el resto de fuerzas tenían toda la razón. No obstante, aunque

ya contaban con un poder considerable, la situación no encajaba en su

«fórmula». Estos últimos pretendían convencer a las clases medias de que

optaran por un sistema democrático, pero la burguesía se encontraba

desorganizada y no quería participar en un gobierno de este tipo, así que surge

la pregunta: ¿en qué tenían razón los mencheviques? Tal y como lo entendió

claramente Miliukov, las «clases medias» con las que todo el mundo contaba,

no eran sino un ejército político fantasma … y los liberales, que deberían

haber sido sus líderes políticos, soñaban únicamente con domesticar a la

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