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el siglo sovietico

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Mikoyan afirma que no tuvo conocimiento de los hechos hasta los trabajos de

la comisión de rehabilitaciones que encabezó. Sin embargo, más inquietante

es el hecho de que Mikoyan no haga la menor reflexión crítica sobre esa

manera de gobernar o ese modelo de «Partido», por más que hubiera dejado

de serlo, y confiesa que Stalin hizo gala de una gran racionalidad y de una

extraordinaria grandeza durante la guerra, pero que con posterioridad su

comportamiento se volvió «imprevisible», y se negó a llevar a cabo la

democratización que un pueblo victorioso esperaba. Sin llevar más allá las

críticas, se limita a declarar que, tras la muerte de Stalin, aguardó una

democratización que no llegó nunca.

Cabe suponer que estas críticas están fuera de lugar en el caso de un

político que no se dedicaba al trabajo teórico, de ahí que pueda ser más

pertinente identificar algunos rasgos de su personalidad que nos permitan

diferenciar a los estalinistas entre sí. En otras palabras, no todos los

estalinistas compartían el estalinismo «estructural». Gracias a la posición que

había alcanzado, el joven Mikoyan se adaptó a la perfección al sistema antes

de que se produjera el triunfo definitivo del estalinismo. Por ese motivo, no

tuvo el menor problema en abandonar algunas prácticas y actitudes

estalinistas y en adoptar un punto de vista diferente, incluso en términos del

orden mundial. Los estalinistas «estructurales» como Molotov o Kaganovich

estaban totalmente identificados con el modelo estalinista y con la persona del

jerarca, y jamás renegaron de sus ideales. Existía otro tercer grupo de

estalinistas que cambiaron, o fingieron haberlo hecho, de bando aunque

mantuvieron una pose y una actitud estalinista. El dogmatismo y el hábito de

la exclusión, la condena rotunda, la argumentación inflexible y la impresión

de estar rodeados de conspiradores eran características de este grupo de

personajes. Pero Mikoyan no pertenecía a ellos.

Resulta revelador lo que Mikoyan comenta sobre Jrushchov (pasaremos

por alto el análisis demasiado evidente que hace de Brezhnev). Mikoyan

aprueba algunos de los cambios instituidos por Jrushchov después de la

llegada de éste al poder, pero también critica muchos otros. Asimismo,

también se muestra en desacuerdo con lo que de él dijo Jrushchov en sus

memorias. Aun así, Mikoyan hace un elogio comedido de la persona y de la

tarea de Jrushchov, y compensa el relato de sus defectos con el de sus

cualidades. A menudo la actitud de Jrushchov irritaba a Mikoyan, que repasa

los errores del primero con todo detalle. Pero el retrato acaba con una nota

positiva. De hecho, Mikoyan respaldó a Jrushchov en muchas de sus

decisiones importantes y también en momentos complicados. Sin embargo,

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