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el siglo sovietico

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ni de las diferentes vías que encontraban para demostrar su insatisfacción (el

número de huelgas iba en aumento).

Las corrientes y las opiniones entre los estudiantes, los intelectuales y los

cuadros administrativos también llegaban a oídos del Partido y formaban

parte de estas discusiones. El desánimo que había cundido entre estos grupos

producía un descenso de su rendimiento y, a menudo, una reacción hostil

hacia el Partido. Por eso, cuando una decisión provocaba el descontento de la

población, se moderaba, se retiraba o se abandonaba totalmente. Si las

mujeres se negaban a aceptar un puesto de trabajo a menos que hubiera

guarderías para sus hijos, las autoridades respondían reprendiendo a los

responsables de aquella situación, reconduciéndola, dando pasos para mejorar

la política social y haciendo concesiones. El resultado de estas actuaciones era

un reconocimiento real —e incluso legal— de todo tipo de derechos a gran

escala. Tomar en cuenta la opinión pública y negociar con los ciudadanos

habían pasado a formar parte de la situación sociopolítica. Y cuando este

escenario se veía interrumpido por medidas políticas fruto del ímpetu, como

sucedió alguna que otra vez en tiempos de Jrushchov, inmediatamente el

pueblo se cobraba el precio político de aquellas decisiones.

A la vista de los esfuerzos que se hicieron para mejorar los códigos civil y

penal y para modernizar el sistema judicial, ¿podemos hablar de Rechtsstaat?

No. Para ello, también la cúpula habría tenido que someterse, parcial pero

inequívocamente, a la legalidad, y el sistema tendría que haber hecho

extensivos los derechos a los críticos, o cuando menos garantizar a los

opositores el derecho a un juicio justo. Pero no era así. Por otro lado, sí que

podemos hablar de una creciente importancia de la ley y del sistema legal a

raíz de la abolición de los procedimientos extrajudiciales secretos y con el fin

de las ejecuciones arbitrarias.

Los «disturbios a gran escala» como los de Novocherkask tenían en

ascuas al KGB, porque no sabía cómo atajarlos: en aquel ejemplo concreto, la

intervención militar se había cobrado un número de bajas considerable. Un

libro reciente basado en la investigación realizada en los archivos ofrece

algunos datos sobre este tipo de episodios, que preocupaban a Semichastni [1] .

En tiempos de Brezhnev, hubo nueve casos de revueltas populares, siete

durante los primeros dos años. Con Jrushchov, la cifra había sido dos veces y

media superior. Entre 1957 y 1964, se recurrió en ocho ocasiones a las armas;

con Brezhnev, en tres, y todas ellas en 1967. Con Jrushchov, el número de

muertos y heridos entre los alborotadores había sido de 264; con Brezhnev, de

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