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el siglo sovietico

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internos. Además, en algunas unidades del KGB, los agentes que ocupaban

puestos de mando, o que tenían responsabilidades en las operaciones, eran

culpables de una cierta complacencia y no adoptaban las medidas necesarias,

entre las que se incluía la represión.

Semichastni mencionaba otros puntos débiles del KGB. Las empresas del

sector militar-industrial disponían de sus propios servicios de espionaje. No

obstante, en muchas empresas importantes consideradas no estratégicas, por

más que estuvieran bajo el mando de los funcionarios del KGB, nadie se

dedicaba a su labor. Carecían de agentes secretos y de confidentes fiables, y

por lo tanto el KGB no recibía a tiempo información sobre cuestiones de

interés operativo. Lo mismo se podía decir de muchas instituciones de

enseñanza superior. Además, las unidades de contraespionaje fracasaban en la

tarea misma que debía ser su preocupación constante, a saber, la vigilancia de

sospechosos después de que hubieran cumplido sus sentencias: agentes

extranjeros, miembros de organizaciones nacionalistas o extranjeras, antiguos

nazis y sus colaboradores, miembros de iglesias y sectas… En muchos casos,

ni siquiera se sabía dónde residían, lo que imposibilitaba su vigilancia.

Asimismo, también se había perdido la pista de muchos otros que constaban

en los archivos.

Semichastni lamentaba la falta de cooperación con el MVD y la ausencia

de planes comunes para actuar contra elementos antisociales, que «llevan una

existencia de parásitos». El KGB no tenía datos de sus lugares de reunión, y

no sabía cómo actuar en el supuesto de que los tuvieran a su alcance. De ahí

que, en varios casos, hubiera sido imposible evitar unos disturbios populares

que tuvieron unas consecuencias desproporcionadas.

Estos «disturbios populares», una expresión y una realidad evidentemente

traumáticas para el jefe del KGB, habían sido objeto de pesquisas por parte de

la organización, sobre todo con vistas a descubrir cómo habían actuado los

chekistas locales. Las conclusiones alcanzadas demostraban que estos últimos

no estaban preparados. En cuanto se produjo la revuelta, se perdió el contacto

entre las fuerzas operativas y los servicios de inteligencia. Las fuerzas

desplazadas sobre el terreno carecían de información precisa y no tenían

modo alguno de manipular a los exaltados, porque no habían logrado infiltrar

a agentes en sus filas.

En este punto, cabe preguntarse: ¿se habrían evitado los disturbios de

haber habido infiltrados? Únicamente si los desórdenes estaban organizados.

Pero no era así, y de nada habrían servido entonces los topos. El factor que

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