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el siglo sovietico

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caracterizaron fueron el descenso acusado en la tasa de natalidad, por expreso

deseo de los padres, el éxito en la lucha contra las enfermedades infecciosas y

la reducción de la mortalidad infantil. Se instauraba así un patrón de

reproducción de la población más moderno, racional y económico.

A raíz de las reformas de 1861, ya se había observado un descenso en el

índice de natalidad. Podemos atribuir el descenso posterior a los estragos de

las dos guerras mundiales y de la guerra civil. A mediados de los años veinte,

se había vuelto al índice de natalidad anterior a la guerra. Durante la segunda

mitad de los años veinte se registró una tendencia descendente, que se

mantuvo durante los años treinta. En 1941, el índice era un 25 por 100

inferior al de 1925. La segunda guerra mundial agravó si cabe esta tendencia.

La paz, sin embargo, no trajo consigo la recuperación. Después de un ligero

aumento en 1949, se produjo un descenso marcado e irreversible. Dos cifras

ilustran el alcance de este fenómeno: Rusia pasó de una tasa de natalidad de

206 por 1.000 en los años veinte a 29 por 1.000 en los años sesenta. El motivo

principal era el deseo de los rusos de limitar el número de hijos, recurriendo

especialmente a los abortos (era el país con el índice más elevado del

planeta), aunque tampoco podemos desdeñar el papel que tuvo la tendencia a

posponer el matrimonio, la cantidad de divorcios y el aumento de las mujeres

solteras.

Esta tendencia descendente del índice de natalidad se veía contrarrestada

por un descenso extraordinario en la mortalidad general (39,8 por 1.000 en los

años ochenta del siglo XIX, 30,2 por 1.000 en 1900, 22,9 por 1.000 en los años

veinte y 7,4 por 1.000 en los años sesenta), el aumento consiguiente en la

esperanza de vida (28,3 años en 1838-1850, 32,34 en 1896-1897, 44,35 en

1926-1927 y 68,59 en 1958-1959) y el crecimiento acorde en la cifra de

jubilados. En 1926, por cada 100 personas aptas, 92 no pertenecían a la

población activa (incluidos 71 niños y 16 pensionistas); en 1959, la cifra de

población no activa era del 74 por 100 (53 niños y 21 pensionistas). En el

período comprendido entre 1926 y 1959, la media bajó en un 20 por 100 por

familia. Y, comoquiera que la mayoría de personas discapacitadas recibían

pensiones, las ayudas familiares sufrieron un descenso similar. En conjunto,

tanto la sociedad como las familias se beneficiaban del descenso de la

mortalidad y de la longevidad cada vez mayor de la vida laboral. Mironov

concluye que todo el mundo salió ganando con la revolución demográfica, en

lo que tilda de «nacionalización del proceso de reproducción».

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