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el siglo sovietico

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acciones también prohibidas y, peor aún, para las que no había financiación.

(¿De dónde salía el dinero? ¿Fondos secretos?)—. Ni siquiera se respetaban

las leyes de la nomenklatura a la hora de ofrecer un buen cargo o un buen

ascenso, permitiendo así la aparición de una red de compinches alrededor del

jefe, con sus círculos, sus camarillas y el clientelismo correspondiente, como

imaginaría cualquier sociólogo.

Estos hechos espontáneos se repetían en todas las capas sociales, con

independencia de cuál fuera el régimen: los mandos se ocupaban de sus

asuntos mientras sus subordinados hacían todo cuanto podían, legal o ilegal,

para favorecer sus propios intereses. Por lo tanto, cuando tantos factores

intervienen, podemos reconocer diversas dinámicas simultáneas que hacen

que la realidad sea mucho más compleja de lo que parece según los clichés

oficiales. Los cambios sociales que se produjeron durante la febril etapa de

urbanización marcaron el comienzo de una nueva etapa de complejidad

social, que se manifestó en un ímpetu renovado del «factor social» (una

mayor libertad en la movilidad de la mano de obra y la creación de un

mercado laboral para los expertos que permitió potenciar el papel de la

intelligentsia). Dicha complejidad acabaría poniendo a prueba los límites de

este sistema político.

Centrarnos en el «factor social», como ya hemos hecho durante toda la

obra, nos ayuda a apreciar una realidad social compleja y los profundos

cambios que la acompañaron. La existencia del régimen soviético en el

período postestalinista fue relativamente corta, pero se caracterizó por una

experiencia histórica de una intensidad excepcional. Después de la muerte de

Stalin, no sólo asistimos al abandono del terror a gran escala, sino también a

la desaparición de otros rasgos típicos de la «servidumbre» de la población.

Los cambios que se derivaron del fin de este estado de servidumbre son

especialmente significativos, y supusieron un aumento de la libertad personal

que no debemos desestimar aduciendo que es mayor la que ofrece un sistema

democrático. El destino que aguardaba al régimen sería incomprensible sin

esta bomba de oxígeno que recibieron, entre otras, las clases populares. La

mejora de las condiciones sociales y de la seguridad en el trabajo, la

reducción de la jornada laboral, la posibilidad de disfrutar de unas vacaciones

más largas en centros de veraneo más accesibles y el aumento salarial, aunque

no fuera espectacular, son algunos de los factores que hay que tener en cuenta

a la hora de reflexionar sobre el sistema. Así, como ya hemos dicho en la

segunda parte, las relaciones laborales pasaron a regirse por un código laboral

y por unas garantías legales que garantizaban a los trabajadores el derecho a

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