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el siglo sovietico

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Esta interpretación ya presagia las consecuencias inevitables de una

realidad social anterior, a saber, la apropiación de todo el poder estatal, y por

ende de la economía, por parte de las altas instancias de la burocracia. El

principio de la propiedad estatal, el fundamento del sistema, se vio

progresivamente subvertido, preparando así el terreno para la transición de un

sistema cuasiprivatizado a uno caracterizado por la variedad.

Llegados a este punto, los lectores probablemente habrán adivinado por

qué debíamos abordar de un modo detallado la cuestión de los snaby-sbyty:

eran las «termitas» que ayudaron a que esta tarea llegara a buen puerto. No es

de extrañar que, con la llegada de la perestroika, estos almacenes-depósitoscentros

de aprovisionamiento fueran las primeras agencias soviéticas que se

declararon «empresas privadas» y que adoptaron un estatus abiertamente

comercial. Todo apuntaba a que se trataba de un paso en la dirección

adecuada, pero lo cierto es que estaban privatizando algo que no les

pertenecía, toda vez que el primer principio de la economía de mercado es

que si uno quiere comprar acciones, hay que pagarlas. En caso contrario, se

las ven con el código penal. Y de sobras es conocida ahora la estrecha

relación que existió durante el período de reformas postsoviéticas entre

«privatización» y actividad criminal.

Sin embargo, aún no hemos llegado a la perestroika, sino que estamos

examinando el período del «estancamiento», el momento en el que los

cimientos del sistema se estaban hundiendo. No sólo había perdido fuelle la

economía, sino que generaba, principalmente, un despilfarro de todo tipo de

recursos. ¿A qué se dedicaba el Gosplan? Su colegio, la asamblea de los

funcionarios de mayor rango, parecía coincidir con las conclusiones a las que

había llegado su propio Instituto de Investigación, que había diagnosticado

una tendencia fatal en la economía: las corrientes extensivas estaban

destrozando a las intensivas. En 1970, realizó una declaración, en un tono

sereno, sin una sola palabra alarmista, que contenía una diagnosis-cumprognosis

aterradora: desde un principio, las previsiones del octavo plan

quinquenal (de 1966 a 1970) eran desproporcionadas. A raíz de ello, «todos

los indicadores básicos sufrirán una desaceleración, un deterioro o se

estancarán» [6] . El motivo era que los bajísimos indicadores de eficacia a partir

de los que se habían realizado los cálculos conducían a un desequilibrio

doble: entre los recursos del Estado y las necesidades de la economía nacional

y entre los ingresos monetarios de la población y la salida de bienes de

consumo y servicios (esta observación supone que alguna versión anterior del

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