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el siglo sovietico

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«crímenes contra el Estado», que presuntamente debían defenderlo de los

ataques de sus opositores, no eran sino una muestra más del fracaso del

régimen, testimonium paupertatis. Cuando los gobernantes querían acallar a

los detractores, se abandonaban todas las garantías legales y los jueces, el

servicio secreto y los fiscales trabajaban todos a una.

La segunda comparación histórica relevante se refiere al propio pasado

del país. Las leyes para combatir los crímenes contra el Estado estaban a la

vista de todos los ciudadanos, y era imprescindible violarlas para poder ser

acusado. La intención de cometer un acto criminal ya no bastaba para

justificar los arrestos, declarados finalmente ilegales. La nueva versión de un

código penal mucho más exhaustivo y el refuerzo de las instituciones legales

propició un marcado contraste con el pasado, a pesar de que el marco global

siguiera impregnado de un cierto carácter antidemocrático. Este aspecto de la

represión política fue el tema de un sinnúmero de discusiones entre los

jerarcas, los juristas y el KGB, y explica el porqué de las protestas de

diferentes círculos académicos que consideraban que el régimen no respetaba

las reglas del juego que había impuesto. Estos episodios formaban parte de la

vida política, y deben ser vistos como tales.

Otro aspecto se plantea asimismo en el contexto de una reflexión

histórica. Ya hemos destacado los cambios históricos que se estaban

produciendo en todos los ámbitos de la vida social, incluido el cambio de

rumbo del régimen. Sin estos fenómenos, que dan fe de la adaptación del

régimen a las nuevas realidades, entre las que no podemos obviar sus

prácticas represivas, sería imposible explicar el cómo y el porqué de la

desaparición del régimen sin que se hubiera disparado un solo tiro.

Un enfoque realista, que no rehúya los hechos más desagradables, no

puede por menos que admitir que las democracias que alcanzan la categoría

de superpotencia no siempre respetan los derechos y no siempre son muy

democráticas. Los países que carecen de un sistema democrático no tienen

por qué ser «culpables» por no tenerlo. La democracia no es una planta que

nazca en todas partes. Las realidades históricas no se corresponden

necesariamente con los ideales o con las afirmaciones propagandísticas.

Occidente es plenamente consciente de qué derechos humanos hay que

fomentar y qué derechos humanos se pueden obviar o recortar y la defensa de

las libertades democráticas se mueve al son de las consideraciones

estratégicas. Las presiones de la guerra fría, y de toda la estructura que

levantó Occidente, donde los servicios de espionaje desempeñaban un papel

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