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el siglo sovietico

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nos lo pinta como un personaje incoherente y desleal que perdió en más de un

momento el sentido de la realidad. Como también han explicado otros

testigos, sus años al frente del país fueron una sucesión de iniciativas

temerarias y exhibió una capacidad incomparable para poner el país patas

arriba. Mikoyan se refiere a la deriva de Jrushchov sin escatimar espacio.

Supo ver que Jrushchov se había enfrentado prácticamente a todo el mundo y

que sus días estaban contados, y aun así defendió al caótico secretario general

porque tenía en su haber no pocos méritos y porque la alternativa no resultaba

atractiva. La conclusión de Mikoyan es que el irascible Nikita era «alguien» y

que, después de que se deshicieran de él, deberían haber aprovechado sus

conocimientos en otras tareas. Esta valoración hace alusión a un episodio

poco conocido. Poco antes de ser destituido, Jrushchov, que se había

desencantado con el Partido, había barajado la posibilidad de revitalizar el

Soviet Supremo transformándolo en una suerte de parlamento con

atribuciones. El primer paso habría sido la designación de Mikoyan como

presidente del Soviet Supremo antes de dotar a este órgano de poder.

Jrushchov había tomado algunas decisiones en este sentido, y Mikoyan estaba

entusiasmado con la idea, pero el proyecto se fue al traste después de la caída

de Jrushchov. Este episodio sirve para aclarar en parte las reflexiones que

cierran la obra de Mikoyan. Sea como fuere, aunque este proyecto no salió

adelante, Jrushchov ya había logrado introducir algunos cambios.

Hay un aspecto en las críticas de Mikoyan que merece ser comentado con

detenimiento. Echa en cara a Jrushchov que hubiera cedido a las presiones de

los conservadores (o a sus propios errores) al poner fin súbitamente a la

política de rehabilitación de las víctimas del estalinismo, de la que se ocupaba

Mikoyan en virtud de su cargo en el Presidium del Soviet Supremo. Mikoyan

y la opinión pública de corte liberal querían rematar el proceso rehabilitando a

las víctimas de los juicios espectáculo, como Bujarin, Kamenev o Zinoviev,

pero Jrushchov se negó a ello a pesar de la insistencia de Mikoyan. Para éste,

todas las acusaciones eran falsas y las ejecuciones se enmarcaban dentro de

los crímenes que Stalin había cometido. Aun así, y a pesar de que formaban

parte del sector del Partido que no se había sometido a Stalin, los acusados,

por más que hubieran sido eliminados a partir de cargos falsos, eran los

líderes de la oposición contraria al Partido. En uno de los primeros capítulos

de su obra, el propio Mikoyan se refiere a ellos despectivamente y no niega

que apoyara las propuestas de Stalin en contra de este grupo. En su fervor por

seguir adelante con la desestalinización, Mikoyan parece no apreciar que

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