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el siglo sovietico

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No es extraño, por lo tanto, que, en su «testamento», Lenin dejara claro

que había que despojar a Stalin de su cargo en el Partido. Consciente de su

debilidad física, Lenin pidió a Trotski, en una nota del 5 de marzo de 1923,

que tuviera la bondad de «asumir personalmente la defensa del caso

georgiano en el Comité Central». Ese mismo día, en una carta dirigida a los

georgianos Mdivani y Majaradze, escribió: «Sigo vuestro caso con todo mi

corazón». Sin embargo, su actividad política terminó bruscamente cuatro días

más tarde, el 9 de marzo. En ese día funesto, un nuevo ataque de una

virulencia extrema lo incapacitó definitivamente. Hasta su muerte, el 21 de

enero de 1924, se limitó a escuchar cómo Krupskaya le leía artículos de

prensa. No entendía lo que oía pero, incapaz de decir palabra, reaccionaba

únicamente por medio de sonidos inarticulados y moviendo los ojos.

Entretanto, como había solicitado, Trotski redactó un contundente

memorando el 6 de marzo de 1923 para el Politburó, donde declaraba la

necesidad de desestimar decidida e implacablemente las tendencias

ultraestatales y criticaba las tesis de Stalin sobre la cuestión nacional. Insistía

en que una parte importante de la burocracia central soviética veía la creación

de la URSS como una manera de empezar a eliminar todas las entidades

políticas nacionales y autónomas (estados, organizaciones, regiones…), y

había que luchar contra ello como si de la expresión de una actitud

imperialista y antiproletaria se tratara. Debía advertirse al partido de que, bajo

el paraguas de los denominados «comisariados unificados», se estaban

desatendiendo los intereses económicos y culturales de las repúblicas

nacionales.

Al día siguiente, no obstante, en una carta a Kamenev, Trotski adoptó una

postura de lo más sorprendente. Escribió: «La decisión de Stalin sobre la

cuestión nacional no tiene el menor valor y es preciso dar un giro radical»,

unas palabras que coincidían plenamente con el mensaje personal que le había

transmitido Lenin. Con todo, parece como si Trotski, después de conocer el

segundo derrame de Lenin, dudara acerca del siguiente paso que había que

dar. De repente dio muestras de una gran magnanimidad y de una actitud

conciliadora para con Stalin. Se declaró contrario a la perestroika y no quería

castigar a nadie:

Soy contrario a la liquidación de Stalin y a la expulsión de

Ordzhonikidze. Pero coincido con Lenin en el principio: es preciso

cambiar radicalmente la política hacia las nacionalidades, la

persecución de los georgianos debe tocar a su fin, así como los

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