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el siglo sovietico

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restante había aparecido, y únicamente un tercio en el caso de la ropa. De ahí

el aumento en el número de internos enfermos o desocupados.

Conviene echar un vistazo a lo que estipulaba la ley. La previsión de gasto

diario por zek era de unos 4,86 rublos, mientras que el plan preveía que fuera

de 5,38 [6] . Es evidente que no se estaban cumpliendo los objetivos pero, en

caso contrario, ¿qué habría supuesto satisfacerlos? La respuesta no puede ir

más allá del terreno de las conjeturas: el coste de un guardia armado era de 34

rublos por día, seis veces más que un interno. Comoquiera que desconocemos

la fecha exacta de esta estadística, podemos recurrir al punto de referencia

más cercano a 1940: un general alemán prisionero de guerra en un campo

soviético costaba 11,74 rublos por día en 1948, y no tenía que trabajar.

Una alimentación y un vestuario inadecuados, mano de obra gratuita, el

hambre y las enfermedades hacían que muchos zeks no fueran aptos para el

trabajo. Algunos, los más temerarios y desesperados, se negaban a servir. A

este panorama hay que añadir el elevado índice de criminalidad en los campos

y la tasa de mortalidad, por no hablar del fenómeno del dojodiagi, prisioneros

que al final de su vida eran poco más que deshechos humanos. Ante este

panorama, la administración del gulag se nos aparece como un complejo de

una obscenidad brutal. Era un imperio más bien opulento, un Estado dentro de

un Estado, con unos intereses económicos amplios, su propia policía secreta,

sus servicios de espionaje y contraespionaje y sus actividades culturales y

educativas. El MVD también estaba a cargo de la policía, de los guardias

fronterizos, de recoger los datos demográficos y de los traslados de población,

así como de otros aspectos del gobierno local. Es decir, nos hallamos ante el

clásico producto de la tendencia de la administración soviética a levantar

grandes estructuras y a la centralización. Visto desde arriba, la manera más

sencilla de gobernar este sistema profundamente centralizado era crear

pirámides administrativas bajo los auspicios de un único líder, apoyado por

cuatro o cinco ayudantes, para supervisar esta miríada de agencias. Una idea

sensata si no se hubieran creado agencias innecesarias o se hubiera contado

con una estructura organizativa más simple. Tal y como estaba la situación,

mantener la confianza en las «pirámides» era un espejismo costoso y que

amenazaba incluso con paralizar la capital.

En aquel clima, era prácticamente imposible interferir con un monstruo

como el MVD. Al mismo tiempo, sin embargo, se amontonaban los

problemas en el imperio del gulag, y sobre todo en su administración. Los

robos, los desfalcos, las denuncias falsas y el trato criminal a los zeks (palizas

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