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el siglo sovietico

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reforma económica que puso en marcha y que los conservadores, que se la

echaron en cara durante el resto de sus días, sabotearon.

El libro editado por su yerno, Gvishiani, nos deja entrever el pensamiento

de Kosigin [1] . Dedicado en cuerpo y alma al sistema, también era consciente

de la necesidad de reformarlo. Allá por 1964, todo parecía aún posible. Creía

en las compañías y en las cooperativas semipúblicas, era consciente de la

superioridad occidental y de la necesidad de aprender de ella, creía en poner

en marcha cambios graduales que allanaran el camino para una transición de

una «economía administrada por el Estado» a un sistema en que «el Estado se

limite a guiar a las empresas» y se mostraba partidario de diversas formas de

propiedad y de gestión, un planteamiento que trató de explicar a Jrushchov y

a Brezhnev aunque sin éxito. Jrushchov había nacionalizado las cooperativas

de productores, y Gvishiani presenció, en una ocasión, cómo Kosigin intentó

convencer a Brezhnev para que elaborara una estrategia económica real y la

sometiera a discusión en una reunión del Politburó. Como de costumbre,

Brezhnev recurrió a todo tipo de estratagemas dilatorias que acabaron

enterrando la idea. Kosigin salió de aquellas conversaciones totalmente

desmoralizado: «Lanzó una advertencia contra la fe ciega en nuestro sistema

y el peligro de adoptar unas medidas políticas inadecuadas». Estaba

decididamente en contra de los proyectos descabellados para «invertir el

curso de los ríos de Siberia», y de las intervenciones en Checoslovaquia y

Afganistán. No ocultó que la URSS estiraba más el brazo que la manga con el

enorme gasto militar o la ayuda a «países amigos», pero el Politburó se negó a

abordar estos problemas reales y «perdía el tiempo, en su lugar, con todo tipo

de insensateces».

En tiempos de Brezhnev, muchos asuntos importantes, incluida la política

exterior, se discutían en la Staraia Ploshchad, pero costaba encontrar a un

interlocutor con una buena base intelectual. El papel de cerebros grises como

Suslov o Kirilenko era «considerable», afirma Gvishiani, que estuvo presente

en muchas reuniones o comisiones del Comité Central en las que nadie abría

la boca. Los asistentes se sentaban obedientes y en silencio hasta que aparecía

un documento que rezaba: «El Politburó (o la Secretaría) considera que…».

A nadie se le ocurriría conceder un papel de cierta «efervescencia

intelectual» o de motor del «renacimiento» a un personaje austero y discreto

como Kosigin. Lo cierto, sin embargo, es que así fue de hecho con las

reformas económicas de mediados de los años sesenta, o incluso ya desde

finales de los años cincuenta. El cauto Kosigin, que jamás había alzado la voz

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