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el siglo sovietico

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Esta opresión se remontaba varios siglos, de ahí la necesidad de disipar la

desconfianza de las minorías étnicas que habían sufrido tantas injusticias y

que, insistía Lenin, eran especialmente sensibles a cualquier forma de

discriminación. Y continuaba: «Por su precipitación y su obsesión por los

métodos administrativos, por no hablar de su animosidad hacia el

nacionalismo social, Stalin ha desempeñado un papel nefasto. No hay nada

peor en política que la animosidad [ozloblenie]». Con estas palabras, Lenin

ponía el dedo en una llaga que debería haber servido para descartar, ante todo,

a Stalin como candidato a cualquier cargo de poder.

¿Qué había que hacer? Lenin respondió afirmando la necesidad de crear

una URSS. Todo debía seguir girando alrededor del aparato diplomático, «lo

mejor que tenemos». Era preciso garantizar el uso incondicional de las

lenguas nacionales; había que castigar a Ordzhonikidze; Stalin y Dzerzhinski

eran responsables de esta campaña nacionalista rusa… En un sentido más

amplio, había que replantearse todo el proyecto de la URSS, y rediseñado si

era preciso, algo que podría hacerse en el próximo Congreso de los Soviets.

Que la capital retuviera las funciones diplomáticas y militares, y que el resto

revertieran en las repúblicas. Lenin tranquilizó a los asistentes afirmando que

no había motivo alguno para temer una división del poder. Si se ejercía con

sensatez y de un modo imparcial, la autoridad del Partido bastaría para lograr

la unidad necesaria. Lenin escribió:

Sería inaceptable, ahora que Oriente se despierta, que socaváramos

nuestro prestigio acosando y maltratando a nuestras propias minorías

nacionales. Debemos criticar el imperialismo extranjero, pero es

mucho más importante que entendamos que, si adoptamos una actitud

imperialista contra las nacionalidades oprimidas, aun cuando sólo sea

en algunos aspectos, estaremos renegando de nuestros principales

compromisos.

A estas alturas, era evidente que el ataque de Lenin contra Stalin formaba

parte de un ataque hacia lo que veía como una réplica de la ideología imperial

granrusa (velikoderzhavnichestvo). Y no hay lugar para la duda: Lenin

identificaba y atacaba a sus enemigos políticos. Intuía lo que se avecinaba —

podríamos hablar de presagios, incluso de inspiración—, porque esa era

precisamente la dirección que tomaba Stalin y que, llegado el momento, se

convertiría en la línea oficial.

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