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el siglo sovietico

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más que aceptables en demografía, educación, salud, urbanización y el papel

de la ciencia, y todo este capital fue el que despilfarraron los deslucidos

reformistas de los años noventa.

¿Cuándo se torcieron las cosas? Todos los cambios sociales que hicieron

posible que el país se pusiera a la altura del siglo eran simplemente la mitad

del trabajo. La otra mitad, la construcción del Estado, tomó la dirección

equivocada. Cuando las circunstancias históricas cambiaron, en parte gracias

a los propios esfuerzos del régimen, la URSS se vio enfrentada a una

dicotomía y una contradicción fatales: la esfera social estalló mientras el

universo político-burocrático se quedó paralizado. El rumbo que tomaron los

acontecimientos que he calificado de «segunda emancipación de la

burocracia» desembocó, en última instancia, en la absorción de facto del

aparato del Partido por parte de las hordas ministeriales. Este proceso tuvo

otras consecuencias, de las que ya hemos hablado. La economía soviética y el

conjunto de los recursos del país pertenecían formalmente al Estado, y la

administración del Estado existía para estar al servicio de la nación. Pero

¿quién era el auténtico dueño de esta «propiedad»? La práctica de la

nacionalización y la ideología que tenía detrás derivaban de las nociones del

partido comunista acerca de la construcción de un sistema presuntamente

socialista. El Partido debía responsabilizarse de la integridad del sistema,

cuyo núcleo era, precisamente, el principio de la propiedad del Estado. Sin

embargo, la fabulosa máquina burocrática que gobernaba el «bien común»

impuso su visión del Estado y se convirtió en su única representante.

Reclamaba un estatuto idéntico al del aparato del Partido, e incluso superarlo

en importancia. El reverso de este proceso era la fusión política y social del

aparato del Partido con la burocracia del Estado. El Partido siempre había

sostenido que conservaba una posición dominante, aunque en realidad los

auténticos señores del país fueran ahora los directorios burocráticos en los

ministerios y en las empresas, por mucho que la constitución siguiera

afirmando lo contrario. Las células del Partido en los ministerios y en las

empresas no cumplían ningún cometido y sus órganos centrales se limitaban a

repetir lo que habían puesto en marcha el Consejo de Ministros y los propios

ministros. Una organización política solamente se justifica si cumple una

misión política: en cuanto se dedica a repetir lo que otros han decidido, pierde

por completo su raison d’être.

Incluyo este proceso en la categoría de lo que se ha denominado la

«despolitización del Partido». El papel del Partido cambió no bien su función

de liderazgo político quedó erosionada a raíz de su sumisión al entorno

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