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el siglo sovietico

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disposición —quejas, recursos a fiscales y jueces y las peticiones de revisión

de casos por parte de los internos o de sus familias que llegaban al Partido o a

las diferentes autoridades estatales— y de los documentos de las diversas

comisiones de investigación, algunos de cuyos textos están en ocasiones al

alcance de los observadores occidentales. Los recursos y la intervención de

los fiscales o de los tribunales supremos a la hora de revisar las sentencias de

los tribunales de primera instancia eran medidas correctoras importantes en

los procedimientos legales y mejoraron la suerte de los prisioneros.

Otro avance significativo, vinculado a la racionalización —o tal vez

deberíamos hablar de modernización— de la política penitenciaria, fue la

presión que ejercieron los círculos legales y sus aliados políticos para moderar

aún más la tendencia punitiva del sistema, un procedimiento que, a ojos de

muchos, no resolvía nada sino que se limitaba a suscitar nuevos problemas.

W. I. Butler ha estudiado el aumento de la presión para lograr la aplicación de

sentencias que, por duras que fueran, no comportaran penas de prisión. En

este sentido, ha estudiado un abanico de «sentencias condicionales», cuyas

condenas podían llegar a ser el exilio en un lugar determinado o el destierro a

una región remota. Otras sentencias estipulaban trabajos obligatorios (el

condenado permanecía en su puesto de trabajo, pero se le deducía de su

salario una parte equivalente a una fuerte multa), ayudar a antiguos

prisioneros a reinsertarse o incluso sentencias que ni siquiera obligaban al

condenado a ningún tipo de trabajo (introducidas en la legislación de la URSS

y de las repúblicas por un decreto del 15 de marzo de 1983 y que regulaban el

estatuto de tales sentencias, su supervisión por parte de los fiscales y su

ejecución). Además de las multas anteriormente citadas, estas condenas solían

conllevar la prohibición de ocupar determinados puestos o de desempeñar

algunas actividades, la confiscación de las propiedades, la pérdida del rango

militar o de un título y amonestaciones públicas en el lugar de trabajo. Las

reformas en la justicia criminal en los años setenta y ochenta demuestran que

esta tendencia estaba cada vez más consolidada, y que las condenas que no

exigían el cumplimiento de una pena de prisión se fueron popularizando entre

el estamento judicial.

No debemos olvidar que el número de presos políticos y de criminales

peligrosos confinados en las prisiones, o en las dos categorías de colonias con

los regímenes más estrictos, era relativamente pequeño. La gran mayoría de

los prisioneros cumplían sus condenas en las categorías menos «rigurosas», y

eran el blanco de los experimentos que defendían las altas instancias

judiciales, los juristas y algunos círculos gubernamentales. Su propósito era

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