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el siglo sovietico

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derechos de residencia, fue uno de los mecanismos que el régimen adoptó

para restaurar el orden en el país, al tiempo que recurría a todo tipo de

medidas administrativas y represivas y experimentaba con proyectos sociales

y económicos.

La planificación rudimentaria del entorno urbano fue, en sus primeras

fases, una parte inherente de esta inestabilidad social y una fuente

significativa de ella. Incluso años más tarde, cuando se logró alcanzar un

cierto grado de estabilidad, persistía aún un rasgo sociológico importante:

además de las ciudades parcialmente ruralizadas, el 67 por 100 de la

población de la Rusia de Stalin seguía viviendo en el campo, y una parte

importante de la clase trabajadora se podía considerar preindustrial, a pesar de

los tractores y de las MTS. Sus condiciones de vida se desarrollaban aún,

principalmente, en poblaciones de pequeño o mediano tamaño, agrupadas en

ocasiones alrededor de otros núcleos, aunque lo más habitual era que

estuvieran dispersas y aisladas. Por descontado que existían poblaciones más

grandes y más pobladas, principalmente en determinadas zonas de la estepa y

del Cáucaso norte, pero su número era muy inferior. Asimismo compartían

algunos rasgos con otras localidades, y eso las diferenciaba rotundamente de

las grandes ciudades: unas redes vecinales que regían el sistema de las

relaciones sociales en el seno de la comunidad, una actividad económica

marcada por las estaciones, una cultura profundamente religiosa y plagada de

creencias mágicas… Todos estos factores tenían un impacto poderoso en la

vida cotidiana y en el comportamiento de las poblaciones rurales.

Crear una cultura urbana y adaptarse a ella es un proceso continuado. En

el corto espacio de tiempo que tratamos en estas páginas, la transición de un

modo de vida a otro habría constituido una experiencia de lo más

desestabilizadora, aun cuando las condiciones hubieran sido más favorables.

Por sencillas que pudieran haber sido, las ciudades, y más concretamente las

más grandes, representaban un fenómeno tremendamente complejo para todos

aquellos que acababan de llegar del pueblo. Baste con una nota para dar

cuenta de la diferencia entre ambos mundos: mientras que en las grandes

ciudades la cifra de profesiones ejercidas era de unas 45.000, la cifra en el

campo rondaba las 120.

La escasez de comida y de vivienda, por citar tan sólo los aspectos más

evidentes y angustiosos de la existencia en la urbe, insinuaban un estado de

crisis que no hacía sino acentuar las dificultades con que se topaban los

emigrantes rurales en el mundo urbano-industrial. En el pueblo, todos vivían

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