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el siglo sovietico

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como la aceptación mecánica de lo contrario, algo sin precedentes en

la historia de Rusia. Pero debemos imaginar el futuro, en primer lugar,

en relación con el pasado, y en especial con el pasado más inmediato.

Mezhuev critica a continuación al economista liberal A. Illarionov, que opina

que Rusia ha malgastado el siglo XX: después de vivir bajo el socialismo, el

país se desvió de su trayectoria liberal, de ahí que el gigante de ayer no sea

sino un enano en la actualidad. Para Illarionov, no hay otra salida que regresar

al liberalismo. Según Mezhuev, esta postura nihilista es, históricamente,

absurda. Resulta mucho más sencillo hacer un análisis inteligente después del

episodio que estudiar el hecho y sus causas. Echar pestes de Rusia por no

haberse convertido al liberalismo a principios de siglo no hace sino demostrar

una profunda ignorancia acerca de la historia del país y del liberalismo. El

triunfo del liberalismo se debió a un largo proceso histórico: la Edad Media,

la Reforma, el Renacimiento y las revoluciones que libraron a las sociedades

de las monarquías absolutas (pero ¡no en todas partes!). Ni siquiera Inglaterra,

la madre del liberalismo, se embarcó en el liberalismo inmediatamente. Rusia

y muchos más países no desarrollaron una economía de mercado liberal.

¿Acaso debemos culparlos por ello? No tendría sentido. Lo importante es

entender el siglo pasado y el papel que desempeñará en los acontecimientos

del futuro.

Para Mezhuev, la clave de la historia de Rusia en el siglo XX se encuentra

en tres revoluciones, y no exclusivamente en la revolución bolchevique. La

primera, en 1905, no triunfó. La segunda, en febrero de 1917, asistió a la

victoria de las fuerzas revolucionarias moderadas. La tercera, la de octubre,

que presenció el triunfo de unos revolucionarios mucho más radicales, no fue

sino la última fase de este proceso revolucionario. Así es como se despliegan

siempre estos procesos. En cuanto se ponen en marcha, no hay culpables: el

proceso sigue su curso hasta llegar al final. Y así lo ha entendido el filósofo

Berdiaev: los bolcheviques no fueron los artífices de la revolución, sino el

instrumento de su desarrollo. Es inútil adoptar criterios fundamentalmente

morales y denunciar las crueldades que cometieron, porque siempre es así en

situaciones de guerra civil o en luchas contra la opresión. Una revolución no

es un acto moral o legal, sino un despliegue de fuerza coercitiva. No hay

revoluciones «buenas»; siempre son sangrientas:

Si condenamos las revoluciones, deberíamos condenar prácticamente

a toda la intelligentsia rusa, y a toda la historia de Rusia por

extensión, ya que preparó el terreno para los acontecimientos

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