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el siglo sovietico

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y que no vieron su carrera perjudicada por esos choques. En el célebre

episodio de 1917 en el que quiso expulsar a dos líderes, Zinoviev y Kamenev,

del Comité Central, Yakov Sverdlov, el presidente de la sesión, le respondió

sin inmutarse: «Camarada Lenin, nuestro partido no actúa así». Toda una

revelación: durante una reunión en la que estaba sobre la mesa quién asumía

el poder, Lenin, exaltado y dejándose llevar por los sentimientos, fue llamado

al orden por otro líder influyente que dirigía la sesión. Este modus operandi,

característico de la tradición bolchevique, siguió vigente después de la

revolución. Lenin siempre actuaba ciñéndose a los procedimientos del

Partido: discutía y protestaba acaloradamente, pero aceptaba que se votaran

todas las decisiones importantes, como mandaban los estatutos del Partido,

aunque no solía perder las votaciones. Era un líder, no un déspota. Era el líder

principal de su Partido, no su propietario. Por lo tanto, no podemos tildarlo de

«dictador de Rusia», y menos aún cuando, durante la guerra civil, compartió

el liderazgo con Trotski a ojos del mundo y de la propia Rusia, un fenómeno

curioso dado que Lenin y sólo Lenin era el fundador del Partido. Pero Trotski

era el corresponsable de la revolución, y tanto Lenin como el Partido lo

aceptaban.

El bolchevismo era un partido, pero también era un ethos. Las discusiones

podían versar sobre cualquier cuestión y no se detenían en la superficie. Aquí

tenemos algunos ejemplos de los temas que se trataban en los órganos del

Partido y en público. Gracias a la publicación de las actas del Comité Central

desde agosto de 1917 hasta febrero de 1918 [8] , tenemos constancia de las

discusiones acerca de la idoneidad de hacerse con el poder en 1917 y de si

había que buscar aliados o no. Otro ejemplo: en diciembre de 1920, Osinski-

Obolenski, un líder de la corriente opositora «centralista democrática»,

publicó un artículo en Pravda. El Partido aún estaba militarizado y el autor

del texto estaba desplazado en el frente. Sin embargo, la victoria parecía ya

segura y Osinski creía que había llegado el momento de abordar algunos

problemas inminentes, como, por ejemplo, resucitar el Partido como

organización política una vez hubiera concluido la fase militar. Proponía, en

este sentido, unas normas constitucionales que permitieran que la mayoría

sacara adelante las medidas políticas que creyeran adecuadas, al tiempo que la

minoría vería garantizado el derecho a la crítica y a hacerse con las riendas de

la situación si la línea anterior fracasaba. De no ser así, en lo que podemos

leer como un aviso tanto a la cúpula como a la militancia, el Partido

sucumbiría como organización política. Aunque la escasez de papel solía

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