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el siglo sovietico

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burocrático. Podríamos decir que el Partido y su cúpula habían sido

expropiados y sustituidos por una hidra burocrática, la cual formaba un

holding de clase que controlaba el poder del Estado. A partir de ese momento,

la voluntad política quedó paralizada. La cúpula de aquel Estado

sobrecentralizado imposibilitaba cualquier propósito reformista explícito,

considerado como inaceptable por los diferentes integrantes de dicha

burocracia. Y los líderes del Partido ya no podían permitirse enfrentarse a

ellos, sino todo lo contrario, ya que los privilegios de quienes formaban el

sostén del régimen podían aumentar para mantenerlos contentos. Peor aún,

comoquiera que la voluntad política estaba constantemente bajo mínimos, se

toleraba cualquier actividad ilegal y un elevado grado de corrupción. Los

períodos de estancamiento y de crisis alentaban a los actores privilegiados a

lanzarse a, por decirlo suavemente, cualquier actividad reprobable, una nueva

prebenda más que dudosa.

Estamos por fin en disposición de dar una respuesta a una pregunta que

hemos planteado en más de una ocasión: ¿puede una burocracia controlar a

otra, y puede incluso controlarse a sí misma? La respuesta es un «no»

rotundo. El control únicamente puede estar en manos de los líderes políticos y

de un país y de los ciudadanos. A ellos les corresponde definir las tareas

relevantes y los medios necesarios para llevar a cabo dicho control. Y ésta era

precisamente la habilidad que había perdido la cúpula de la URSS, dando pie

a una serie de paradojas fatales: el Partido estaba «despolitizado» y la

economía, cada vez más burocratizada, estaba en manos de una clase

administrativa más y más dispuesta a conservar su poder en lugar de ocuparse

de que la producción aumentara; más preocupada por mantener sus rutinas

agradables que por alentar la creatividad y el desarrollo tecnológico. Estas

paradojas dan lugar a otras: la economía del país estaba maltrecha, pero en

cambio la burocracia floreciente medraba con su actitud perezosa, las

inversiones aumentaban al tiempo que el crecimiento disminuía, y se advertía

un aumento notable de la cifra de personas formadas y cualificadas a las que

el régimen, incapaz de tolerar el talento independiente, marginaba.

Ingredientes todos ellos de una fórmula realmente mágica, la del hundimiento

del sistema.

Los diferentes fenómenos y procesos que se fueron produciendo en las

altas esferas tuvieron consecuencias en la población, que veía que las fábricas

y otros activos nacionales eran de todos y de nadie, que había una tropa de

«jefes» y que nadie asumía la responsabilidad. Por eso fue tan bien recibida

entre diversos grupos sociales la llegada de Andropov a la Secretaría General:

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