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el siglo sovietico

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de sus implicaciones, narra un episodio que se produjo durante la guerra,

cuando trabajaba bajo las órdenes de Molotov en el Ministerio de Asuntos

Exteriores. Éste, como buen conocedor que era de ella, explicó el sentido de

la «lógica ilógica» de Stalin. Cuando algo se torcía, Stalin exigía «dar con un

chivo expiatorio y castigarlo». Lo único que había que hacer era identificar a

alguien, una tarea que llevaba a cabo Molotov. Un día se supo que nadie había

respondido un telegrama de Stalin a Roosevelt. Berezhkov descubrió que el

culpable no se hallaba en las filas soviéticas, de modo que no podía sino estar

en el Departamento de Estado norteamericano. Al escuchar el informe,

Molotov se burló de él y le explicó que siempre había un culpable para cada

falta. En ese caso, había un responsable del procedimiento de transmisión y

seguimiento de telegramas, y ahí sólo entraba en juego el bando soviético.

Stalin había ordenado que se diera con el culpable, y no podía ser otro que la

persona que había diseñado dicho procedimiento. El encargado de

desenmascararlo era el ayudante de Molotov, Vyshinski, que llevó a cabo la

tarea sin problemas. El desafortunado responsable del departamento de claves

fue relevado inmediatamente de su cargo, expulsado del Partido y desapareció

sin dejar rastro. La orden de Stalin se había ejecutado al pie de la letra. La

explicación de toda esa lógica insensata estaba clara: si no se hallaba un

culpable en los escalones más bajos del escalafón, había que buscarlo en las

altas instancias, una posibilidad que resulta inconcebible.

Los métodos que Stalin empleó para «construir» la imagen de su poder

traspasaban cualquier frontera. Imaginaba las diferentes posibilidades y lo que

habría de venir a continuación, a menudo de una manera de lo más terrenal.

Una de las variantes más simples consistía en apropiarse de las persistentes

imágenes del poder y de la influencia asociadas a Lenin y a Trotski. Este

último era una figura recurrente en su universo fantástico y lo denostaba

sistemáticamente y lo calumniaba de todas las maneras posibles. No cabe

duda de que Trotski jugaba un papel especial en la psique de Stalin, de ahí

que no le bastara con una simple victoria política: Stalin no descansaría hasta

dar la orden de asesinarlo. Pero también deseaba erradicarlo de los libros de

historia soviética, sirviéndose de la censura, evidentemente, pero también, por

sorprendente que parezca, atribuyéndose sus logros. Por todo el país, por

ejemplo, se exhibieron películas en las que se concedía a Stalin todo el mérito

de las hazañas militares de su enemigo acérrimo, como por ejemplo, y no es

sino una ilustración de lo increíble que resultaban esa envidia y mezquindad,

el papel de Trotski en la defensa de Petrogrado frente al ejército del general

Yudenich, en diciembre de 1919.

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