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el siglo sovietico

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dinámicas de la sociedad urbana y concentrarse en aquellas cuestiones en las

que realmente era competente.

En este sentido, los cambios que se produjeron al principio del período

Jrushchov en el ámbito penal, laboral, educativo y social, de los que nos

hemos ocupado en la segunda parte, fueron pasos prometedores en la

dirección acertada. Lograron arrancar del sistema el reconocimiento del

cambio que estaba afectando a la sociedad en su conjunto y dieron pie a

nuevas formas de relación entre la sociedad y el aparato del Estado. Este

proceso fue paralelo a una «desmilitarización» de la sociedad y del régimen.

La imbricación de factores sociales y económicos había alcanzado un grado

de complejidad considerable y el Estado luchaba por responder a él

adaptándose a las nuevas necesidades y a los cambios de humor. La relación

entre el mundo laboral y el Estado se resumía por lo general tomando como

vara de medir el punto de vista de los trabajadores a partir de una sentencia

que ya hemos citado: «Tú finge que nos pagas y nosotros fingiremos que

trabajamos». Algunos la tomaban en sentido literal, y aunque no era sino un

comentario ocurrente, tampoco estaba exento de verdad, en tanto reflejaba un

contrato social tácito que jamás había sido firmado o ratificado y en virtud del

cual las partes afectadas llegaban a un acuerdo sobre la manera en que había

que llevar una economía de baja intensidad y de baja productividad. Las

consecuencias de este acuerdo eran numerosas. En primer lugar, apenas

provocaba conflictos en los centros de trabajo, y tampoco en la sociedad en

un sentido más amplio. Sin embargo, también tenía como resultado que las

condiciones de vida fueran malas, lo que alentaba a la gente a buscar otros

caminos para completar los ingresos recurriendo a todo tipo de actividades

privadas, legales o semilegales (el cultivo de parcelas privadas, otros trabajos

a tiempo parcial…). Y esto, a su vez, traía consecuencias que no tenían por

qué ser negativas para los afectados.

Por su parte, los círculos administrativos, cuyo nivel de estudios era mejor

y gozaban de una mayor seguridad laboral, recurrían a un abanico de

iniciativas, toleradas o ilegales, pero indispensables para el éxito del lado

oficial de la operación. En ocasiones se decantaban por actuaciones

puramente criminales, de corrupción y de mercado negro. Para poder

acercarse a los objetivos fijados por las autoridades, las agencias ministeriales

y las empresas de gestión aprendieron a protegerse con todo un arsenal de

contramedidas. De hecho, crearon un sistema basado en reglas oficiosas:

proveerse de reservas no autorizadas de stocks, de medios de producción y de

mano de obra, servirse de los tolkachi («emprendedores») y demás

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