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el siglo sovietico

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Tujachevski y que había llegado a la conclusión de que estaba «limpio al cien

por cien». En 1932, dirigió incluso una disculpa personal a Tujachevski, que

incluía una copia censurada de la carta que había enviado a Voroshilov en

1930, de la que había desaparecido la mención al «militarismo rojo». Se

acusó a sí mismo de haber sido inexplicablemente duro, una postura cuando

menos curiosa. De hecho, Stalin había adoptado el punto de vista de

Tujachevski sobre la tecnología militar, aunque en este sentido, como en

tantos otros, los objetivos fijados en 1932 estuvieran lejos de cumplirse. La

disculpa no se hacía eco de las acusaciones fabricadas por el NKVD contra el

mariscal en 1930. Era una misiva evidentemente falsa, y esta duplicidad no

habría escapado a ojos de Tujachevski de haber comprendido el militar a

Stalin. El sentido real del gesto de Stalin era: en estos momentos te necesito,

pero sigue colgando sobre tu cabeza una espada…

Bien porque era ingenuo o por pura audacia, Tujachevski fue el único

participante que no acabó su discurso durante el XVII Congreso del Partido,

en 1934, con el viva obligatorio al líder. La hora de la verdad llegó en 1937,

cuando Stalin se deshizo del Estado Mayor. A Tujachevski, posiblemente la

mejor mente militar del país, le esperaba un destino especial. Salieron a la luz

«informes procedentes de una fuente alemana», totalmente falsos, que

«demostraban» que la flor y nata del ejército había traicionado a la patria.

Golpeado de un modo atroz, Tujachevski fue arrastrado en presencia de Stalin

para un careo con quienes lo acusaban. Evidentemente acabó siendo

encontrado culpable. Nos hallamos ante un maníaco que rompe un objeto de

valor simplemente para demostrar que no es irrompible. Preferir al

incompetente pero obsequioso Voroshilov antes que a Tujachevski y al resto y

acabar con el Estado Mayor fue un error garrafal. Esta purga se bastaría para

condenarlo a la pena de muerte…

No hay posibilidad de saber si a Stalin lo perseguía el recuerdo de sus

víctimas. Sin embargo, las estrategias a las que recurrió durante la segunda

guerra mundial habían sido brillantemente expuestas por Tujachevski, que

llegó a bombardear a Stalin con memorandos y artículos sobre la necesidad de

prepararse para una guerra en la que serían indispensables unos recursos

tecnológicos extraordinarios y en la que los ejércitos móviles, preparados para

incursiones y sitios, tendrían un papel sin precedentes. Todos estos adelantos

precisaban de un nuevo sistema de mando y de coordinación. Al principio de

la guerra, los alemanes emplearon estas estrategias contra las tropas soviéticas

con un efecto devastador. Por supuesto, nadie se atrevió a preguntarle a Stalin

por qué se había deshecho de los generales más brillantes. ¿Quién era el

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