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el siglo sovietico

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«estatalización» tan importante en el fenómeno soviético, y probablemente su

principal característica cuando nos referimos al sistema político, llegó así a su

última etapa. Cuando el sistema entró en una fase prolongada de

«estancamiento», el Partido, incapaz de actuar y sin posibilidad de imponer

medidas de largo alcance a los ministerios y demás agencias, se desmoronó

junto con el resto del edificio.

En este punto, podemos formular algunas conclusiones iniciales: el

«Partido» no siempre estuvo en el poder y, en un determinado momento, dejó

de ser un partido político para convertirse en una agencia más, el enlace con

la administración. Por ese motivo conviene entrecomillar el término

«Partido». Podríamos ir más lejos incluso y aventurar que el sistema

«unipartidista», que ha derramado ríos de tinta, acabó siendo un sistema «sin

partido». Es perfectamente posible que, de haber existido en la URSS un

partido comprometido con la vida política y capaz de asumir el liderazgo

político, hubiera sorteado tan funesto destino y el país se habría librado de

una crisis monumental. Pero, después de tantos años y de tantos cambios

históricos, esta estructura política, basada en un aparato poderoso y en unos

miembros que carecían de derechos, estaba apolillada, y no es de extrañar que

se hundiera tan fácilmente, sin necesidad de un cataclismo.

¿Qué factores y qué circunstancias llevaron al sistema partidista a una

existencia casi fantasmal, a pesar de la fascinación que provocaba, de tarde en

tarde, la Staraia Ploshchad? La transformación del Partido en un aparato —un

viejo fenómeno— propició su absorción inmediata por parte de las realidades

burocráticas del Estado, que acabaron engulléndolo. El proceso se inició

cuando el Partido se vio directamente inmerso en cuestiones económicas,

entre otras, asuntos de los que presuntamente debían ocuparse los ministerios

del gobierno. El personal ministerial consideraba, con razón, que el Partido

doblaba sus esfuerzos en lugar de concentrarse en sus tareas. Un buen

ejemplo de este problema es el conflicto entre Brezhnev y Kosigin, que casi

ha pasado inadvertido, sobre quién debía ocuparse de la representación del

país en el extranjero.

Ocupémonos ahora en la «crisis de identidad» del Partido, una fórmula

empleada en la primera parte para hablar de las empresas reformistas del

período comprendido entre 1946 y 1948. La reestructuración del aparato se

produjo en 1946, y buscaba recuperar su identidad política dejando de

intervenir directamente en la vida económica, según el argumento de que los

ministerios «estaban comprando a los apparatchiks», que «el Partido había

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