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el siglo sovietico

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análisis de la crisis, pero se mostraban partidarios de un gobierno de coalición

en el que estuvieran representadas las partes que estaban activas en los

soviets. Veían esta condición como un requisito sine qua non para el asalto al

poder por parte de los socialistas. Sin embargo, tuvieron tanto éxito a la hora

de lograr la colaboración de los mencheviques y los socialistas

revolucionarios como estos últimos habían tenido en su acercamiento a una

burguesía que se mostraba distante.

Lenin y Trotski no creían que bastara con proclamar una revolución

socialista para instaurar un régimen poscapitalista. El punto de arranque de la

teoría de la «revolución permanente» de Trotski era que, por sí misma, Rusia

no estaba ni mucho menos preparada para el socialismo. También lo creía así

Lenin, para quien sólo se podía considerar el socialismo a una escala europea.

Después de octubre, seguía sin respuesta la cuestión de cómo definir el nuevo

régimen y cómo podría —y debería— evolucionar. Sea como fuere, lo cierto

es que a raíz de la desilusión inicial ante la perspectiva de un rápido

desarrollo del capitalismo en la Rusia zarista, Lenin pasó a abrazar una tesis

mucho más sólida sobre el «desarrollo combinado» de Rusia (la expresión es

de Trotski) con la coexistencia de «la agricultura y un mundo rural atrasados

y una industria y un capitalismo financiero de lo más avanzado» [9] .

Evidentemente, el punto de partida no era el mejor para ningún proyecto

socialista: incluso después de haberse apoderado de los bastiones del

capitalismo industrial y financiero, el grueso de la población seguiría aún

lejos de los primeros pasos que habrían de acercarlos al poscapitalismo. El

segundo análisis de Lenin sobre el sistema socioeconómico de Rusia como

una sucesión de capas, una reflexión inspirada tal vez por la historiografía de

Miliukov, no facilitaba las cosas: el socialismo seguía siendo un objetivo tan

remoto como antes.

La proclamación de una «revolución socialista» en octubre significó,

sobre todo, que los socialistas se harían con el poder y que creían que la

situación internacional se decantaría por la revolución. En el caso ruso, era

una declaración de intenciones que aludía a un futuro lejano en un entorno

internacional diferente. Aunque utópica, la declaración estaba impregnada de

una fuerza política genuina: convertir la toma del poder en una revolución

socialista, a pesar de las dificultades que podrían presentarse en el futuro,

desempeñó un papel decisivo, y daba forma a la noción leninista de que un

país tan atrasado como Rusia podría convertirse en el detonante o el

catalizador en un teatro internacional muy turbulento. Los pronósticos no se

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