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el siglo sovietico

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cuando el KGB estuviera en contra, pues este último no podía compararse en

tales circunstancias a las fuerzas armadas.

Contrariamente, y también paradójicamente, los líderes débiles como

Brezhnev o Chernenko podían bloquear la situación si la cúpula estaba

dominada por tipos mediocres que dependían de un secretario general

debilitado para mantener su cargo. Brezhnev, un personaje astuto pero sin

malicia, se erigió en el pilar y en el garante del statu quo ante: no era una

amenaza, y los pesos pesados del pasado se sentían seguros. Pero la paradoja

de la situación se acentuó cuando, estando nominalmente en el cargo el

secretario general, llevaba en la práctica ausente desde hacía varios años por

su enfermedad.

Mikoyan ponía el dedo en la llaga al criticar las medidas «erráticas» de

Jrushchov, pero no todo era atribuible únicamente al carácter de éste. Los

defectos del líder se debían, en parte, a la ausencia de reglas constitucionales

en el seno del Politburó, la cúspide todopoderosa de un sistema

hipercentralizado. En ausencia de una constitución, un secretario general

decidido a dotarse o a recuperar la capacidad para llevar a cabo una política

determinada, o que quisiera mantenerse en el cargo, tenía que conspirar para

lograr el control total con la ayuda de sus acólitos, que no siempre eran del

todo fiables. El viejo modelo de dictadura personal volvió a emerger, como si

solamente un hombre pudiera llenar el vacío institucional. Esta situación llevó

a los miembros del Politburó a brindar su apoyo a una postura autocrática, o a

aspirar a ocupar ese lugar, como si no les pasara por la cabeza otra

posibilidad. Todo esto permitió la elección del «imposible» Jrushchov, que

podría haber desempeñado un papel importante en un equipo que trabajara

dentro de las reglas de un sistema regulado constitucionalmente. Esta

debilidad cuasiestructural, que llevó al secretario general a comportarse

prácticamente como un dictador, o que cuando menos le había permitido

hacerlo, era un rasgo heredado del estalinismo, una parte del legado del

dictador que no habían eliminado.

Sin embargo, no todas las cartas estaban marcadas en la baraja con la que

jugaba la cúpula (el Politburó, el Comité Central y los ministerios). Un

personaje mediocre o una figura débil, como Brezhnev o Chernenko, podían

llegar a la cima del sistema, pero también podía ocuparlo alguien decidido y

dinámico, para lo bueno o para lo malo: un Stalin, un Jrushchov o un

Andropov. Durante un tiempo, quedó claro que era imposible deshacerse de

un líder mediocre y dar un golpe de timón, pero todo cambió cuando llegó el

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