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el siglo sovietico

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de la publicación, y Kosigin continuó respaldándolo lo mejor que pudo, al

menos hasta 1968. Como ya hemos visto, Tvardovski fue destituido de su

puesto de editor en 1970 y murió un año más tarde. Fue enterrado en el

cementerio de Novo-Devichii de Moscú, cubierto por una lápida pequeña y

discreta y rodeada por una multitud de tumbas lujosas donde descansaban

personajes anónimos que habían recibido todas las condecoraciones habidas y

por haber.

Los sociólogos también intentaban hacerse oír por medio de estudios

sobre la mano de obra, los jóvenes y muchos otros temas obviados en el

pasado, relacionados sobre todo con la urbanización (migración, familia,

mujeres…). Planteaban los problemas que debía resolver una sociedad en

pleno proceso de formación, que exigían nuevos enfoques y nuevas

soluciones.

El mundo legal, y especialmente los criminólogos y los juristas,

apremiaban al Estado para que reformara el código penal y acabara con las

instituciones puramente punitivas. Se designó para ello una comisión formada

por tres ministros competentes en la materia y seis jueces liberales y

académicos, entre los que estaba Strogovich, lo que les aseguraba la mayoría.

Podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos que alguien en las altas esferas se

había cuidado de la composición de la comisión. En 1966, el mismo

Strogovich, miembro de un grupo pequeño pero combativo, publicó

Fundamental Questions of Soviet Socialist Legality, un libro en el que se

mostraba decididamente a favor del Estado de derecho, sin excepciones ni

exenciones. La obra brindaba argumentos sólidos, que se apoyaban en

numerosos ejemplos, con el fin de proteger los derechos de los ciudadanos de

las infracciones arbitrarias. Aún quedaba mucho por hacer en este sentido. El

autor se había topado con un sistema legal retrógrado y esencialmente

represivo, mucho más proclive a castigar que a buscar soluciones, y ajeno al

resto de caminos que podía tomar la justicia a la hora de luchar contra el

crimen. En efecto, la cárcel sólo servía para convertir a los internos en

criminales más duros.

El impulso recibido por la econometría y la cibernética, y la creación del

Ministerio de Desarrollo Científico y Tecnológico, al frente del cual estaba

Gvishiani, que daba empleo a reformistas y que gozaba de un prestigio

considerable, eran signos de aquellos tiempos, de una época que se

caracterizaba por la renovación de las ideas y de las esperanzas. Kosigin no

veía con malos ojos nada de todo esto, aunque nunca se hubiera atrevido a

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