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el siglo sovietico

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se respiraba entre los servicios secretos fue la elección de nuevos superiores,

procedentes del aparato del Partido. En su autobiografía [1] , Mikoyan, en

realidad el segundo personaje más importante del régimen después de

Jrushchov, aprueba este paso, aunque critica al líder por la designación del

general Serov, que había estado al frente del NKVD en Ucrania desde el 2 de

septiembre de 1939 hasta el 25 de julio de 1941, coincidiendo con el período

en el que Jrushchov había sido el primer secretario general del Comité Central

de esa república. El nuevo inquilino del Kremlin confiaba ciegamente en

Serov, cuando menos si hacemos caso de las palabras de Mikoyan, que afirma

que Jrushchov era fácilmente manipulable en manos de cualquier sicofante

con un mínimo de habilidad. Obligado a destituir a Serov a causa de unos

argumentos irrebatibles, puestos sobre la mesa por sus enemigos, Jrushchov le

otorgó un puesto honorífico.

La conversión del MGB en el KGB, una agencia con jurisdicción sobre

todo el territorio de la URSS, se llevó a cabo en 1954, y el cuerpo fue

asumiendo más y más funciones de las que había tenido previamente el MVD,

como el control de la policía fronteriza, por ejemplo. Sin embargo, a

diferencia del MVD, ya no tenía a su cargo un vasto sistema de prisiones

(seguía estando en manos de éste) y se encargaba únicamente de un pequeño

número de cárceles donde se hallaban recluidos los sospechosos que estaban

siendo investigados. Es posible que tuviera poder sobre algún gran campo o

colonia, pero carezco de pruebas concluyentes en este sentido. Por otro lado,

el KGB era una máquina formidable que concentraba bajo un mismo techo

servicios de espionaje, de contraespionaje, de comunicaciones y de transporte,

y que estaba dotado de unos recursos técnicos magníficos para la vigilancia,

del clásico cuerpo de detectives («vigilancia externa», según su jerga), de un

sinfín de departamentos y subdepartamentos y de un número de trabajadores

considerable, por no hablar de los stukachi, los confidentes no remunerados,

reclutados en cualquier sector que el KGB considerara de interés. Esta

concentración de poder era característica de la tan arraigada creencia soviética

en las virtudes de la centralización, y es mucho más evidente si cabe si

concluimos esta panorámica añadiendo que el KGB se encargaba de la

seguridad de los líderes soviéticos y, en gran medida, de cuanto sabían, o de

cuanto el KGB quería que supieran, sobre la URSS y el resto del mundo. De

ahí que podamos considerar al KGB como un gigante administrativo, aunque

no guardara muchas similitudes con el órgano que lo había precedido en

tiempos de Stalin.

Los mandatarios del KGB dependían de la constelación de líderes que se

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