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el siglo sovietico

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Por su parte, la Comisión de Control Popular había investigado a un gran

número de empresas industriales y añadió su grano de arena a esta letanía de

quejas. En concreto, había descubierto que el plan estipulaba invariablemente

unos costes de producción exagerados, que no tenían en consideración el

hecho de que los costes de los años anteriores, que servían de punto de

partida, ya estaban inflados como consecuencia del derroche, de la mala

gestión, de la sobreproducción y del mal uso de las posibilidades de

producción. La comisión no se arredró a la hora de referirse al derroche o a la

ineficacia de las empresas, pero cabe destacar la «elegancia» de las

recomendaciones a los ministerios que devoraban recursos, pues se limitaba a

llamar la atención de éstos sobre la necesidad de planificar «más

cuidadosamente» una reducción de los costes de producción. Pero ¿acaso

tenían algún incentivo para hacerlo?

Como solía suceder cada vez que se creaba una comisión de control o un

grupo de trabajo para que analizara un problema, se obtenía una imagen

sumamente caótica que dejaba traslucir que nada funcionaba como era

debido. Es preciso, por lo tanto, que quede claro que muchas empresas

funcionaban relativamente bien; de lo contrario, el sistema se habría hundido

mucho antes. Sin embargo, se acercaba a un punto crítico en que el

«derroche» estaba a punto de provocar una aberración histórica: un sistema

que tuviera más costes que bienes producidos.

Si el edificio seguía en pie mal que bien, ello se debía a los fabulosos

recursos de que disponía el país. Hete aquí otra paradoja: un país muy rico

con un consumo muy bajo. La comisión sugirió, en definitiva, que todo el

mundo debía apretarse el cinturón. De hecho, el problema no radicaba

exclusivamente en el despilfarro. No menos sorprendente era el hecho de que

el sistema de planificación perpetuara, o incluso exacerbara, la ineficacia y el

derroche en el proceso de producción, cuando por definición debería haberlo

evitado.

Llegados a esta situación, ya no servían para nada las medidas puramente

económicas o tecnológicas. Algunos expertos consideraban que había que

identificar las trabas que dificultaban el desarrollo económico en el costoso

sector armamentístico, ya que, según los cálculos del Gosplan, el 40 por 100

de la maquinaria producida en la URSS estaba dedicada a «proyectos

especiales». ¿No era ya hora de que contribuyera a insuflar oxígeno en el

sector civil? Pero esto no era sino otra quimera. En el complejo militarindustrial,

el progreso tecnológico derivaba del derroche y del desprecio más

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