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el siglo sovietico

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racionamiento, la migración intensiva, la «deskulakización» y los

movimientos de población dentro de las ciudades acabaron con el modelo

tradicional de vida familiar y con las relaciones entre las familias.

De 1923 a 1928, la población había crecido a un ritmo sin precedentes de

4 millones anuales, gracias a un índice de mortalidad bajo y a una tasa de

natalidad elevada, especialmente en el campo. En 1928, la tasa de natalidad

era del 42 por 1.000, la de mortalidad, del 18 por 1.000 y el índice de

crecimiento de la población, del 24 por 100. La situación varía

considerablemente entre 1928 y 1940: los índices de crecimiento de la

población se desplomaron, especialmente en 1930 y 1931, y siguieron

descendiendo con posterioridad. En 1932, la tasa de natalidad tan sólo

superaba a la de mortalidad en un 5,6 por 100. Por vez primera, las ciudades

de la Rusia europea asistieron, en 1933, a un crecimiento demográfico

negativo. El período comprendido entre 1930 y 1935 debió de ser

especialmente alarmante. En 1938, el crecimiento de la población mejoró en

esas mismas zonas y recuperó el nivel de 1929 (20 por 100), antes de

retroceder hasta un 19,2 por 100 en 1939 y un 13,2 por 100 en 1940, a causa

de la amenaza de la guerra y también como consecuencia del descenso en el

número de personas en edad de desposarse, fruto de las bajas de la primera

guerra mundial y las de la guerra civil [11] .

Resulta difícil afirmar la veracidad de estas estadísticas, procedentes de

fuentes soviéticas. Sí podemos atribuir, sin embargo, el descenso del índice de

natalidad en parte a una tendencia a largo plazo. Pero que el gobierno tomara

medidas drásticas para detener e invertir dicha tendencia parece indicar que

las cifras que manejaban eran mucho más alarmantes. No era sencillo

conseguir, a finales de los años treinta, mejorar las condiciones de vida, por

más que se intentara, a causa de la producción armamentística. El gobierno

hizo hincapié en medidas especialmente draconianas como la penalización del

aborto (27 de junio de 1936), altamente ineficiente y en absoluto progresista.

Ni las políticas decididas a favor de la natalidad —la «madre heroica», título

honorífico, junto con una medalla, se concedía a las mujeres que habían dado

a luz a más de diez hijos, y que motivó no pocos chistes—, ni la muerte de

mujeres que se veían obligadas a abortar en los barrios pobres explican la

ligera mejora que proclamaron en 1937, en el momento de mayor crudeza de

las purgas. La situación volvió a empeorar en 1939, devolviendo al país a las

cifras de 1935. No obstante, intervenía en aquellos años un nuevo factor: la

movilización de los hombres.

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