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el siglo sovietico

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cómo reformarlas. De hecho, no les quedaba más alternativa que abrazar

dichas instituciones, modificar algunos detalles y dejar que siguieran

funcionando como hasta la fecha.

El sistema soviético acabó erigiendo un Estado burocrático relativamente

«clásico», gobernado por una jerarquía piramidal. Después de superar la fase

de fervor revolucionario, no había una necesidad real de distanciarse de los

viejos modelos, excepto, tal vez, en el caso de las instituciones que no

existían durante el zarismo. Para cada nueva agencia que había que crear, se

nombraba una comisión especial que supervisaba su organización. Acabó

siendo habitual pedir a un académico experto en la materia o a un burócrata

experimentado que estudiara el funcionamiento de la institución homóloga en

tiempos de la Rusia zarista. Cuando no había precedentes, se consultaban los

modelos occidentales.

El recurso a los precedentes históricos es algo natural en todas partes, pero

en el caso soviético estaba especialmente arraigado. En la práctica, la Rusia

de Stalin adoptó los principios ideológicos del Estado zarista casi de un modo

oficial. Toda vez que después de la muerte del dictador se abandonó la

práctica específicamente estalinista de exhibir viejos símbolos nacionalistas,

el modelo burocrático soviético retuvo no pocos de los rasgos de su

predecesor, incluso el envoltorio ideológico. La tradición aún reinante definía

la esencia misma del sistema: un absolutismo que representaba a la jerarquía

burocrática en el que se basaba. Incluso la supuestamente nueva postura del

secretario general tenía en común mucho más de lo que parecía a primera

vista con la imagen del «zar, señor de la tierra». Aunque habían variado los

símbolos y los escenarios de las manifestaciones de poder, las imponentes

ceremonias organizadas por los regímenes zarista y soviético eran hijas de

una misma cultura, en la que los iconos ocupan un lugar preeminente, y

buscaban proyectar una imagen de invencibilidad, lo que en ocasiones no era

sino un modo de ocultar, exorcizar o distraer la atención sobre la fragilidad

interna. Pero los sucesores del zar eran plenamente conscientes,

especialmente en la etapa crepuscular del régimen, de que la crisis y el

derrumbe del sistema también formaban parte del repertorio histórico.

Comoquiera que, a partir de finales de los años veinte su prioridad fue la

construcción de un Estado fuerte, se planteó entonces la cuestión de cómo

etiquetarlo. Al final, se adoptó abiertamente la vieja palabra zarista derzhava,

tan apreciada en los círculos conservadores inmovilistas y entre los miembros

de los cuerpos de seguridad pública y del estamento militar. En tiempos de

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