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el siglo sovietico

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Lenin, derzhavnik era un término peyorativo para referirse a los partidarios de

un chovinismo brutal y opresivo. El origen de derzhava, por su parte, está

relacionado con otros dos términos que se empleaban para definir la esencia

del poder zarista: samoderzhets, que aludía al líder absoluto (el autócrata) y

samoderzhavie, la palabra que definía el régimen como «autocracia». Es

evidente que la hoz y el martillo sustituyeron a la esfera dorada culminada por

una cruz, el símbolo del poder imperial, pero no eran nada más que las

reliquias del pasado revolucionario para diversión de los círculos

burocráticos.

Que el Estado fuera propietario de toda la tierra del país, como sucedía

con el autócrata, había sido una característica de diversos viejos estados de la

Europa central y oriental. En la URSS, esta propiedad, de acuerdo con las

credenciales socialistas, se extendió a toda la economía y a muchas otras

esferas de la vida nacional. A pesar de ser un disfraz más moderno (a

diferencia de sus predecesores zaristas, los burócratas soviéticos dirigían

fábricas que construían máquinas e incluso «ciudades atómicas»), el poder

que ejercía el Estado sobre los productores hizo que no se perdiera, e incluso

que se viera reforzada, la afinidad con el viejo modelo de propiedad de toda la

tierra, el principal recurso económico en el pasado.

A lo largo de la explicación que hemos realizado de la naturaleza de este

Estado, nos hemos topado con «bifurcaciones» en el patrón de desarrollo y

con toda una serie de ambigüedades. Toda vez que el sistema podía

encuadrarse en la vieja categoría de autocracias terratenientes, también es

cierto que llevaba a cabo una tarea propia del siglo XX, la del «Estado

desarrollista», y ya nos hemos referido con todo detalle a cómo se produjo el

desarrollo del país. En las primeras etapas de su existencia, la URSS

pertenecía a esta categoría de «Estados desarrollistas», un modelo que ha

existido, y que sigue existiendo, en muchos países, en especial en las vastas

extensiones del Oriente Próximo y del Lejano Oriente, como en China, India

o Irán, donde el poder estaba en manos de antiguas monarquías rurales. Esta

racionalidad histórica estuvo presente en la construcción del Estado

posleninista, a pesar de que la conversión al «estalinismo» sea algo a lo que

son proclives los sistemas dictatoriales. Sin embargo, la transición hacia un

modelo despótico no es una patología incurable, como lo ha demostrado la

eliminación del estalinismo en Rusia y del maoísmo en China. Y a pesar de

los escollos, sigue siendo necesaria la presencia de un Estado que permita y

dirija el desarrollo económico.

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