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el siglo sovietico

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1944, y muchos más siguieron retenidos hasta 1956. Los que recuperaron la

libertad en 1939 representaban, no obstante, un contingente importante.

Algunos de ellos no estaban en condiciones de regresar a su trabajo

inmediatamente después de la liberación, de modo que no podían ayudar a

solucionar los estragos que había ocasionado en el ejército la destrucción del

Estado Mayor y de buena parte de la tropa. En el verano de 1941, el 75 por

100 de los oficiales de campo y el 70 por 100 de los comisarios políticos

llevaban en su cargo menos de un año, así que el núcleo del ejército carecía de

la experiencia necesaria para comandar unidades de envergadura. Que el

Ejército Rojo apenas estaba preparado para entablar batalla quedó de sobras

demostrado en la desastrosa guerra contra Finlandia en 1940. El análisis

sumamente certero de aquella «derrota victoriosa» encabezada por los líderes

políticos y militares puso al descubierto la lamentable falta de liderazgo y

formación, los defectos que presentaba el cuerpo de oficiales y la

descoordinación entre los diferentes cuerpos del ejército. Pero en ningún

momento se pronunció el nombre del principal culpable: Stalin.

La demencia de 1937 y 1938 jamás se repetiría con la misma intensidad,

aunque prosiguió a un nivel más modesto. En 1939, el Partido reclutó a un

millón de nuevos miembros y todo parecía volver a la «normalidad».

Aquel súbito cese del «terror de masas», ejemplificado, como ya hemos

dicho, con la eliminación de Yezhov, sobre quien recayeron las culpas, no fue

nunca admitido como tal. Más tarde, diversas maniobras intentaron

camuflarlo. Se afirmó que se había acabado con el grueso de los saboteadores,

y también con quienes se habían excedido en su lucha contra ellos. Con todo,

la propaganda contra los «enemigos del pueblo», ora clamorosa, ora insidiosa,

no se detuvo, porque el régimen no quería que nadie pensara que los

enemigos habían desaparecido del todo. La maquinaria del Estado y su

actividad terrorista quedaron cubiertas por un velo, sin dar siquiera a conocer

sus actividades a mandos bien informados en otros aspectos. El Politburó

imponía una «rectificación», pero de un modo que bordeaba el absurdo pues

lo hacía de manera clandestina, al tiempo que negaba que estuviera actuando

así.

Algunos documentos ahora desclasificados y procedentes del archivo

presidencial arrojan algo de luz [5] . En las actas de la sesión del 9 de enero de

1938, el Politburó ordenó a Vishinski que informara al fiscal general de que

ya no era aceptable destituir a alguien de su puesto porque un familiar hubiera

sido detenido por crímenes contrarrevolucionarios. Esto suponía dar un paso

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