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el siglo sovietico

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en público, respaldó y defendió un renacimiento real en el pensamiento

económico y en su literatura. Empezaron a publicarse libros de economía

plagados de datos, entre los cuales había algunos escritos de lo más

subversivos camuflados bajo títulos inocuos. Esta situación comportó un

torrente de creatividad en las ciencias sociales, que coincidió con los debates

económicos de algunas «vacas sagradas» críticas y sus consecuencias

políticas. Todo este proceso contó con el amparo del primer ministro.

Los debates fueron cubriendo, lentamente, todos los aspectos principales

del sistema económico. En 1964, el académico V. Nemchinov publicó una

acusación en toda regla en Kommunist contra el sistema de abastos materiales

y técnicos, donde demostraba que éste era el principal obstáculo que impedía

el desarrollo económico. En las discusiones participaron muchos economistas

de renombre, como Novozhilov, Kantorovich y Yefimov, así como un grupo

de economistas matemáticos. Todos atacaron directamente al Gossnab,

acusándolo de no ser sino un producto de un sistema administrativo de

planificación que gestionaba la economía en términos de unidades físicas y

fijaba arbitrariamente los precios. El capital necesario para las inversiones se

otorgaba sin intereses, de ahí la extraordinaria presión que ejercían los

ministerios, las empresas y los gobiernos locales para aumentar las

inversiones sin la obligación de dar un uso productivo al dinero.

Todo esto era, en sí mismo, un obstáculo para que la reproducción

incesante del capital permitiera alcanzar un mayor nivel tecnológico. El

exceso de inversión iba por detrás de los índices de crecimiento y la

consecuencia inevitable adicional de tal situación era una escasez permanente.

En tales condiciones, la planificación se limitaba, en última instancia, a

perpetuar una rutina.

Los debates acalorados de los años sesenta llegaron a un gran número de

publicaciones. Aunque muchos autores no querían que de sus análisis se

derivaran conclusiones políticas concretas, éstas estaban implícitas en los

textos. Todo el mundo sabía que había un «dueño» político que estaba al

frente de la economía y del sistema, y que no había manera de lograr que el

genio saliera de la botella. Una carta enviada al Comité Central por tres

disidentes, A. D. Sajarov, V. F. Turchin y Roy Medvedev, llegó a Le Monde,

que la publicó en su edición del 12-13 de abril de 1970. La misiva lanzaba

una advertencia sobre los peligros que se avecinaban si se demoraban mucho

más las reformas. La situación de la producción era crítica, como también lo

era la de los ciudadanos, y el país estaba condenado a convertirse en un

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